«Es casi imposible llevar la antorcha de la verdad
a través de
una multitud
sin
chamuscarle la barba a alguien.»
GEORG C.
LICHTENBER
Soy un hombre con suerte. Estoy seguro de que, si
alguien me hubiera dicho en otras circunstancias que cuando encontrase a mi
media naranja, esta sería una mujer que acabase de sufrir un brutal maltrato
por parte de su exmarido, pensaría sin dudarlo que esa persona me estaba
tomando el pelo. Más que nada porque siempre me he considerado una persona
exigente a la hora de entablar una relación. Pero como este mundo no siempre es
lógico, desde hace unos meses me siento afortunado de compartir mi vida con una
mujer, Montse, que ha logrado sobrevivir a un infierno gracias a su gran
valentía y determinación. Unos valores que sigue conservando en la actualidad y
que han sido claves para que este libro pudiera salir a la luz.
Una de las principales cosas
que me llamó la atención de ella fue que desde el primer día de la relación me
informó con todo lujo de detalles de su situación personal, de todo el horror
que había sufrido durante años y de las secuelas que le habían podido quedar
por ello. Sin duda, este conocimiento de su pasado fue clave para que, tras
poner sobre la mesa el dato que desde niña tenía la afición de escribir un
diario personal en forma de cartas, nos planteáramos la posibilidad de publicar
aquellas que había escrito durante los últimos y más duros meses del maltrato
al que se había visto sometida. Unas
cartas íntimas y personales y que habían sido redactadas muchos días como vía
de escape a la situación que estaba viviendo, e incluso en ocasiones, como
improvisado recurso para no caer en la desesperación cuando todas las salidas
parecían cerrarse ante ella.
Pensamos que sería interesante
hacerlo a modo de terapia psicológica, pero también para que cualquier persona
pudiese conocer con detalle el desarrollo y evolución de una situación de este
tipo a través de la visión personal que tiene la víctima en esos momentos. Es evidente que la decisión última estaba en sus
manos, pero tras meditarlo unos días, no solo se
atrevió a que salieran a la luz, sino que además pensó que por mi afición a
escribir, mi carácter analítico y el conocimiento que tengo de ella misma, de
su vida y de su entorno, yo sería la persona más adecuada para dar forma al
futuro proyecto. Me siento halagado por ello y este es el resultado.
Lo primero que hay que tener
presente a la hora de hablar de un maltratador es que no todos son iguales.
Según los profesionales de la psicología, existen dos tipos principales. Uno es
el «cobra», un individuo frío y calculador cuya violencia nace de la
necesidad que tiene de salirse siempre con la suya y de asegurarse de que su
pareja sepa y asuma que él está siempre por encima de ella. Por las buenas o
por las malas. Es por esto que sus agresiones suelen ser controladas y
premeditadas. Este maltratador, una vez que la relación se rompe o ha sido
denunciado, se vuelve en un primer momento extremadamente peligroso, porque esa
ruptura la considera como un desafío a su liderazgo. Tiene una parte buena, y
es que cuando ve que no le compensa seguir presionando a su pareja, suele
retirarse sin más. Sin embargo, la parte mala es que acostumbra a irse tan solo
para empezar de cero con una nueva víctima.
Por otro lado, está el
maltratador tipo «pitbull». Es, en líneas
generales, una persona tímida y encantadora para el entorno, pero que muestra
su cara más monstruosa y violenta en la intimidad de una manera silenciosa.
Considera que su pareja le pertenece por el simple hecho de quererle y,
motivado por su baja autoestima, se convierte en un ser celoso, posesivo y que ejerce
una vigilancia sin descanso hacia ella por el miedo que siente a que le
abandone o le engañe. Esto hace que intente controlar su comportamiento desde
el primer momento de la relación y vaya poco a poco rebajando su independencia
hasta llegar a anularla por completo. Su característica principal es que es muy
obsesivo, por lo que su violencia surge de manera impulsiva en medio de las
discusiones, siempre va en aumento y, por norma general, no tiene techo. Se
denomina «pitbull» porque su obsesión no desaparece aunque la relación se
rompa o sea denunciado. Muy al contrario, sigue tratando de controlar y
reconducir a su ya expareja hacia sus dominios y, en la medida en que no lo
consigue, prefiere verla muerta antes que fuera de su control.
Como resumen, podría decirse
que aunque la manera que tienen de actuar en la práctica es muy semejante, los
dos llegan a este comportamiento por caminos opuestos: el «cobra», al sentirse superior al resto de mortales y el «pitbull», justo por todo
lo contrario. El primero necesita demostrarlo cada día humillando a su pareja y
el segundo necesita rebajar la autoestima de esta al sentirse vulnerable. Eso
sí, tanto en uno como en otro caso, su violencia siempre va en aumento de una
manera lenta pero progresiva hasta el punto de que la mayoría de las víctimas
de malos tratos, mirando al pasado, son incapaces de acertar a delimitar con
exactitud cuál ha sido la primera agresión física que recibieron. Dicho en
otras palabras, un maltratador nunca agrede la primera vez a su pareja sin
antes haber debilitado su confianza y autoestima —descontento en la relación,
desconsideraciones, menosprecios— como paso previo a la violencia psicológica
—insultos, amenazas—. Una vez que consigue que
los insultos y amenazas sean asumidos por su víctima es cuando, aprovechando
una fuerte discusión, pasa a las agresiones físicas de pequeño calibre
—agarrones, empujones—, primero muy leves para ir aumentando de manera
progresiva su intensidad. Cuando estas también se han hecho en cotidianas y son
asumidas por su pareja, pasa a la siguiente fase, la de golpearla. Al
principio, de forma esporádica y justificándose con mil excusas, para pronto
convertirse en auténticas palizas.
Pues bien, si es cierto que
todos los maltratadores se pueden englobar siempre con bastante claridad dentro
de estos dos perfiles, Quique, el exmarido de Montse, es el más fiel ejemplo de
un maltratador «pitbull». Tanto es así que
hoy en día todavía albergo serias dudas de que su obsesión se haya desvanecido
por completo y estoy convencido de que es muy real la posibilidad de que en
cualquier momento pueda aparecer en su vida con las más siniestras intenciones.
Otra de las características de
un «pitbull» es que, al sentirse inferiores, circunscriben su maltrato
a su pareja, pero con el resto del mundo son inofensivos y hasta encantadores.
Por ello, suelen encontrarse más a menudo con «cómplices
tácitos» dentro del entorno de esta. Personas
que sospechan o son conscientes de que se está produciendo ese maltrato, pero
que actúan como si no existiera. Muchas veces no solo lo permiten sino que
facilitan el juego del maltratador, que intenta con todas sus fuerzas que los
allegados de la víctima lo consideren como la persona ideal para su pareja a
base de realizar favores de todo tipo o dedicar halagos interesados.
Por eso, este libro no solo se
refleja el maltrato directo sufrido por Montse a manos de quien era su marido
en un principio, y exmarido después, sino también el ambiguo papel desarrollado
por el entorno de ambos y que motivó que nadie le ayudase hasta el momento en
que tomaron conciencia de que su muerte podía resultar inminente. Y todo pese a
que era público y notorio su progresivo deterioro físico y moral e, incluso,
las evidentes secuelas que presentaba por el propio maltrato. Un claro ejemplo
de esto era la agorafobia —fobia a salir sola de casa—, quizá la más grave y de
más difícil curación que existe, y que Montse la sufrió durante cinco de los
siete años de relación sin que nadie a su alrededor se preocupase por ello.
Dentro de este libro, y para que la historia
resulte ágil, he considerado oportuno incluir solo las 256 cartas
correspondientes a los dos últimos años de maltrato, primero psicológico y
después físico y sexual, por lo que antes de comenzar a desglosarlas resulta
necesario explicar de manera breve las circunstancias y hechos acontecidos con
anterioridad en la vida de Montse.
Nacida en Valencia en 1974 y
siendo la quinta de seis hermanos, vive una infancia difícil en la que su
carácter soñador contrasta con el tremendo realismo que se respira a su
alrededor, que va desde la incomprensión generalizada hacia su carácter hasta
la necesidad de trabajar desde los doce años para ayudar a la economía
familiar, todo ello dentro del entorno de bajos fondos en el que vivía. De un
modo paralelo, desde muy corta edad viaja a Foz para disfrutar los veranos con
su familia materna, en donde entabla una gran amistad con Miriam, prima con
edad más próxima a ella y a la que, pese a su peculiar carácter egocéntrico,
siempre ha considerado como una auténtica hermana.
En 1992, coincidiendo con la
mayoría de edad, Montse va a pasar el verano a Foz como es costumbre y, harta
del ambiente que vive en Valencia e influida por la devoción que siente hacia
su hermana, se queda a vivir en Galicia con el apoyo de esta. Tras anunciar la
decisión a sus familias, las dos se instalan en Lugo y permanecen juntas
durante seis años, en los que Montse trabaja por el día, estudia por las noches
y comparte piso y vivencias con Miriam. Sin embargo, en la primavera de 1998
decide volver a Valencia por sorpresa, consciente de que su hermana la ha ido
convirtiendo poco a poco en un simple apéndice suyo y sintiendo que le resulta
imposible vivir con un mínimo de independencia y dignidad. Al enterarse,
Miriam, agraviada, no vuelve a dirigirle la palabra en cinco años.
De nuevo en su ciudad natal,
Montse se instala sola desde el primer día, trabaja, recupera viejas amistades
y se relaciona de igual a igual con su familia. Pero, sobre todo, tras zafarse
del dominio de Miriam, consigue recuperar la independencia y vitalidad que
siempre la había caracterizado.
Al poco tiempo, también empieza
a recibir las llamadas de Quique, amigo lejano de Galicia, seis años menor que
ella y que había conocido meses atrás en Ribeira. Quique es una persona tímida
y apocada, pero también cocainómano y muy desarraigado, que había logrado averiguar
el teléfono de Montse por amigos comunes. Tras una primera llamada de cortesía,
comienza a telefonearla cada vez con más frecuencia y le demuestra día a día
una entrega e interés desmesurado, convirtiéndola en el centro de su vida aun residiendo
a más de mil kilómetros. Después de varias llamadas, Montse decide darle una
oportunidad pensando que, por el carácter entregado y hasta sumiso de Quique,
puede convertirse en su pareja ideal, la que mejor se adapte a su carácter
sensible y romántico, algo que hasta entonces nunca había conseguido. Eso sí,
bajo ningún concepto está dispuesta a soportar los vicios de este.
La relación formal entre los
dos se inicia cuando, tras una conversación en la que Quique le pide a Montse
que lo acoja en Valencia, puesto que su vida corre grave peligro en Ribeira por
una deuda impagada, esta le brinda la oportunidad de vivir con ella a cambio de
que él se comprometa a desintoxicarse de la cocaína. Quique acepta la condición
y así, en noviembre de 1999 y a punto de cumplir veinte años, desciende del
tren en Valencia con una maleta semivacía en la mano y quince mil pesetas como
único capital. A partir de ese instante, Montse apuesta fuerte por su recién
estrenada relación y abandona su acomodada vida por una de esfuerzo y dedicación,
convencida de que todo cambiará en cuanto Quique se recupere de su adicción. Por
ello, salda las deudas de este en Ribeira, le ofrece alojamiento y comida, y
pasa horas y horas con él a lo largo de los siete meses que dura su proceso de
desintoxicación. Por su parte, Quique le ofrece todo su cariño y, sobre todo, le
demuestra un carácter sensible y sumiso que enamora a Montse y sorprende a su
entorno más próximo.
A principios del verano del
año 2000, recién recuperado para la sociedad, Quique encuentra trabajo en
Valencia. En ese momento, sigue siendo una persona sumisa y servicial aunque,
de un modo paralelo, comienza a mostrar poco a poco un carácter cada vez más
celoso. Quizá por ello, inicia una intensa labor de convencimiento tratando de
conseguir que Montse se case con él y acepte tener un hijo en común.
Pese a que esta nunca había
creído en el matrimonio, la pareja pasa por el altar en junio de 2001 y, poco
después, en octubre, ya esperan su primer hijo. Nada más conocer la noticia,
Quique la convence de que, por su estado, lo más conveniente es que su madre,
Rosario, se desplace a Valencia para atenderla mientras dure el embarazo.
Por ello, en diciembre de
2001, llegan a Valencia la propia Rosario y Santi, uno de los hermanos de
Quique que, sin nada interesante que hacer en Ribeira, se une al traslado. Los
dos viven con los recién casados durante casi un año, hasta noviembre de 2002.
A lo largo de ese tiempo, Montse no solo descubre los antecedentes penales de
Santi sino que también se pone de manifiesto el acentuado alcoholismo de ambos,
lo que dificulta la convivencia en gran medida. En realidad, la madre de Quique
se dedica a menospreciar de manera constante a Montse y Santi se pasa los días
cortejándola. Todo ello a espaldas de Quique, que muestra una total
incredulidad siempre que Montse le informa de la situación y le expresa su creciente
descontento. De hecho, es tal el desinterés de Quique, que esta no consigue que
acepte sus quejas hasta que graba los acosos y menosprecios que sufre y le
muestra la cinta. Pocos días después de esto, Santi y Rosario toman el camino
de vuelta a Ribeira. En medio de esa tensa situación, en julio de 2002, nace su
hija Yolanda, entre la inmensa alegría de Montse y el desencanto de Quique, que
tenía el deseo de que fuese un niño y no una niña, y no duda en culpabilizar a
Montse por «no haber sido capaz de darle un niño».
Con todo esto, la vida
privilegiada e independiente que Montse había conseguido tener a su regreso a
Valencia, se desmorona a pasos agigantados y, entre septiembre y noviembre de
ese nefasto año de 2002, vencida por la presión psicológica soportada en los últimos
meses, Montse empieza a sufrir los primeros episodios de agorafobia, aunque de
forma leve y esporádica. Con la marcha de la madre y el hermano de Quique,
estos brotes cesan y Montse intenta recobrar la normalidad y tranquilidad. Sin
embargo, acaba por resultarle una misión imposible. Quique, a raíz de la «tremenda decepción» que le produce el haber descubierto el nefasto comportamiento
de su familia con su pareja, cae en una profunda depresión. Por ello, durante
los siguientes meses, ignora a Montse, no toca a su bebé y, en febrero de 2003,
decide abandonar un trabajo muy bien remunerado debido a que, según sus propias
palabras, «no podía dejar que Montse estuviera
sola en casa». En medio de esta situación,
también le manifiesta de una manera cada vez más insistente que no consigue
adaptarse a la vida en Valencia, entre otras cosas, porque «no soporta la inseguridad de la ciudad, ni la altura de sus
edificios».
Con estos argumentos, y
utilizando como principal arma de presión el hecho de que su madre y hermano se
hubiesen tenido que marchar por decisión de Montse, Quique la presiona para que
acepte la opción de irse a vivir juntos a otro lugar de España, en donde ambos
estén alejados de sus familias. Como quiera que Quique ya no tiene trabajo en
este momento, ni tampoco está dispuesto a buscarlo, y que los primeros apuros
económicos empiezan a hacer acto de presencia, Montse no ofrece mucha
resistencia y deciden trasladarse a Siles, un pequeño pueblo de Jaén que nunca antes
habían pisado.
Poco tiempo después, en marzo
de 2003, llegan a su nuevo hogar con la ilusión de Montse por conseguir de una
vez iniciar una feliz vida en pareja junto a su hija de nueve meses. Sin
embargo, la depresión de Quique desaparece en el mismo momento que pisa Siles
y, alejados de todo entorno familiar, no solo afianza sus celos sino que
empieza a mostrar un comportamiento egocéntrico y despectivo hacia ella. Por
ello, ya al poco tiempo de instalarse, Montse se siente sola, ignorada y
menospreciada de manera habitual.
Todo lo contrario que Quique,
que apoyado por sus nuevas amistades de Siles, decide abrir una ferretería a pesar
de la oposición de Montse, que desde el primer momento intenta convencerlo para
que abandone la idea convencida de que está abocada al fracaso. Pero Quique no
cede en su empeño y, en mayo de 2003, tras solicitar varios créditos, la pareja
abre al público la segunda ferretería en esa pequeña localidad. Si bien es
cierto que los inicios de cualquier negocio siempre son duros, en este caso,
son demoledores, y la aventura apenas dura cinco meses. Así, en octubre de
2003, dan por finalizada su aventura empresarial sin haber conseguido en ningún
momento tener más de dos o tres clientes al día.
Unos días antes del cierre,
Montse recibe la noticia del repentino fallecimiento de su madre en Valencia. A
la postre, el gran apoyo que siempre tuvo en su vida. Más allá del duro golpe
moral que le produce su muerte, también va perdiendo el contacto que mantenía
con sus hermanos, por la distancia que los separa y porque, en realidad, la
madre era quien ejercía de nexo de unión entre ellos. Un hecho trascendental en
este momento es que, aprovechando el suceso, Miriam le envía una emotiva carta
a Montse con la que consigue retomar el contacto con ella.
Tras el cierre de la
ferretería, Quique solo tarda unos días en encontrar trabajo, pero la pareja
está arruinada. Su economía apenas les alcanza para poder comer un poco de sopa
al día y Quique termina por culpabilizarla de la miseria en la que se ven
inmersos «por no haberle advertido con más fuerza de que ese negocio
estaba predestinado al fracaso».
Es evidente que la vida de
Montse sigue en caída libre y sus sueños de felicidad y complicidad en Siles se
diluyen sin que pueda evitarlo. Esto provoca que vuelva a sufrir agorafobia, en
esta ocasión ya de una manera severa, lo que empequeñece de un modo determinante
su posición ante Quique. Con su forzoso aislamiento y sin el apoyo de su
pareja, Montse pasa los días encerrada en casa con Yolanda, su única fuente de
ilusión en este momento.
Miriam, por su parte, va
consiguiendo recuperar su cariño y confianza, y ganando cada día que pasa más
influencia en su vida. Tanto es así que a principios de 2005 ya presiona a
Montse para que la pareja se traslade a Lugo y, aunque esta se muestre
reticente al principio, acaba aceptando con la confianza de que Miriam haya
abandonado con el paso de los años su carácter egocéntrico y posesivo. Decidida
a irse, Montse se lo plantea a Quique que, harto también de la vida en Siles,
acepta de inmediato.
La pareja llega a Lugo en
junio de 2005. Miriam, sin limitaciones económicas en su vida, les espera con
todo preparado para que el cambio sea lo menos traumático posible —piso,
muebles, colegio para la niña—. No solo eso, a los pocos días, el azar hace que
se encuentre con la posibilidad de influir de forma decisiva para que Quique
consiga trabajo. Grave error el aceptar todos estos favores. La deuda moral que
tendrán con Miriam a partir de ese momento será enorme y ella la usará como
arma de presión el resto de sus vidas de un modo implacable. Sobre todo, contra
Montse.
Si bien es cierto que, en los
primeros meses en Lugo, la agorafobia de Montse experimenta una leve mejoría,
por la ilusión que le produce la posibilidad de tener una vida mejor cerca de
su familia gallega, esta pronto se ve aumentada al no cumplirse dichas expectativas.
Además, ya ha perdido por completo el contacto con sus hermanos.
En realidad, desde la llegada
de la pareja a Lugo, se inicia una lucha entre Miriam y Quique por la
influencia sobre Montse. Si Quique controlaba su vida en Siles, en este momento
ese control pasa a Miriam, mediante el cobro de su «enorme deuda moral»
por ejercer de salvadora en la delicada situación económica y personal que
estaban viviendo. De manera inmediata, empieza a
desarrollar una intensa labor de presión sobre ella para que abandone a Quique,
ofreciéndole su apoyo incondicional en caso de que decida dejar a «alguien que no le llega a la altura de los zapatos y no
entiende cómo pudo fijarse en él». Quique, por
su parte, desde finales del verano de ese 2005 empieza a darse cuenta de la
negativa influencia que supone Miriam para sus intereses. Entre otras cosas,
está viendo cómo Montse puede salir de casa con la compañía de Miriam y sin
necesidad de contar con él. Como respuesta a todo ello, radicaliza su carácter
celoso y posesivo y urde estrategias para conseguir que Montse no pueda salir
de casa en compañía de Miriam y solo lo haga en la suya.
Así pasan los meses, en los
que la lucha de poderes es permanente y Montse se acostumbra a vivir, o
sobrevivir, dedicándose por entero a su hija. Pero en febrero de 2006, se
desequilibra la balanza de manera casual. Quique se marcha a trabajar a
Santander una semana y, en ese período de tiempo, Montse se da cuenta de que su
vida es mucho más feliz sin él. Y lo que es más definitivo ante sus ojos, que
en ese tiempo no le ha echado de menos lo más mínimo. A partir de entonces,
comienza a plantearse en privado, y al margen de la influencia de Miriam, que
quizá no lo quiera en su vida.
Poco más de un mes después de
este momento, el 8 de abril de 2006, y ya con Montse casi convencida por
completo de que quiere separarse de Quique, es cuando se fecha la primera carta
de su diario que he considerado procedente incluir.
Antes de empezar a
desglosarlas, y a modo descriptivo, he de decir que en origen cada carta está
escrita sobre una hoja de libreta cuadriculada de tamaño folio. Y cada una de
estas hojas, está firmada y cuenta con un encabezamiento en el que figura la
fecha de su redacción, día, mes, año y, en muchas de ellas, también la hora.
Para su transcripción en este libro, he añadido el día de la semana —que no
figura en casi ninguna de las cartas originales— y, en aquellas que tampoco
consta, la hora aproximada en la que se escribió. También he de reseñar que,
debido al propio paso del tiempo, no todas se conservan en buen estado —muchas
están arrugadas o amarillentas— y en
algunas se aprecian con claridad restos de lágrimas, sangre, etc. Además, para salvaguardar el anonimato y la
seguridad de la protagonista, y por el respeto a las personas que aparecen a lo
largo de sus cartas, he cambiado todos los nombres y lugares que aparecen en
ellas. Comenzando por la propia Montse, nombre ficticio de la protagonista. Eso
sí, siempre teniendo el máximo cuidado de que la historia en conjunto no se vea
alterada en modo alguno por estos cambios.
Por último, me gustaría aclarar
que he decidido transcribir el texto original de las cartas tal cual fue
redactado en origen, a pesar de que
el resultado pueda ser un libro algo más complicado de leer, no solo por la
dureza de su contenido sino porque se escribe a través de textos que no han
sido redactados para ser publicados. Pero es
importante indicar que las únicas modificaciones que les he realizado son
simples correcciones de erratas. Por el contrario, he querido conservar
su redacción original porque creo que el lenguaje
utilizado en ellas —vulgar y hasta desagradable en ocasiones— y las
propias incorrecciones de los textos —enlazar frases
con puntos suspensivos, signos de interrogación triples en más de una ocasión—
aportan un plus incalculable sobre el estado de ánimo de la protagonista en
cada momento y constituyen la mejor aproximación a los devastadores efectos que
produce una situación de maltrato dentro de una pareja.
Por último, señalar que, a
partir de este momento, todo el peso de la historia lo llevará su diario,
interrumpiendo con mis explicaciones la cadencia de cartas lo menos posible y
limitándome a aportar los datos necesarios que no se incluyen en ellas y a narrar
de manera breve los períodos más o menos prolongados de tiempo en los que no se
escribieron o no se conservaron esas cartas.
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