lunes, 3 de junio de 2013

Muerte sin resurrección (1os capítulos): Cap. CINCO


LUNES SANTO
Capítulo Cinco

Javi salió apuradamente del portal y avanzó hasta el Factoría con su bolso de viaje a cuestas. Toño, el camarero, lo esperaba detrás de la barra. La normal tranquilidad con la que recibió a su joven cliente contrastaba con el incipiente nerviosismo que dejaba ver el recién llegado.
—¿Cómo andamos, joven? —saludó el camarero.
La respuesta de Javi no fue más que una especie de mueca que, de haber provenido de cualquier otro cliente, bien hubiese podido confundirse con un gesto de indiferencia. Pero Toño hacía tiempo que había asumido el peculiar carácter de su cliente.
—¿Café? —insistió con la mano ya en la cafetera.
—Sí.
El camarero puso en marcha el aparato, al tiempo que Javi se acomodaba en la barra sobre un taburete, dejando caer su bolso de manera descuidada en el suelo. Mientras el café se filtraba, consultó su móvil buscando minuciosamente en la agenda todos los números de teléfono que correspondían a mujeres jóvenes. No encontró entre ellos a la candidata ideal. Tampoco tardó en deducir que, de haber tenido aquella mujer su número de teléfono, no habría llamado a su madre, sino a él. En consecuencia, tenía que tratarse a la fuerza de una telefonista cuyo único interés radicaba en venderle algún servicio nuevo. Era consciente de que había empresas que vendían sus ficheros de clientes a otras de marketing con fines comerciales y que los datos de contacto que incluían no siempre estaban actualizados, por lo que no era descabellado pensar que esa fuera la causa del equívoco. Perdió la vista un momento en la pared y luego se reafirmó:
—Sin duda, eso es lo que ha pasado —pensó para sí.
Ya más tranquilo, dejó el teléfono sobre la mesa y centró su atención en el humeante café que Toño ya le estaba colocando delante.
—¿Te vas de vacaciones?
—Sí, para casa. No lo soporto, prefiero cuando hay clase.
—Hombre, pero también tendrás ganas de ver a tus padres... —dedujo en voz alta el camarero, aun siendo consciente de que estaba aplicando a la situación una lógica que no siempre regía en la cabeza de su joven cliente.
—Sí, cinco minutos. Después, me agobian —insistió Javi—. No sabes cómo es mi madre, se cree que todavía tengo doce años.
Toño sonrió con cara de entender perfectamente la actitud con que aquella señora trataba a su hijo. De todos modos, prefirió no ahondar en el tema. Sacó de detrás de la barra una cajetilla de tabaco casi sin estrenar y, tomando dos cigarrillos, le ofreció uno a Javi.
—¿Salimos a fumar?
La ley antitabaco española impedía poder disfrutar de un cigarrillo dentro de un local cerrado. Algo que todo el mundo cumplía a rajatabla, incluso en las cafeterías. Por eso, Javi apuró el café y cogió el cigarro, mientras el camarero echaba un vistazo al local, asegurándose de que podía ausentarse durante unos minutos. Toño era un tipo moreno, de pelo corto y cara afable, que conocía mejor que nadie su oficio. A pesar de solo sobrepasar escasamente la treintena, llevaba muchos años atendiendo a diario a clientes detrás de una barra. Algunos, también como Javi. Por eso, sabía cuándo ser discreto y cuándo, por el contrario, podía tomarse alguna licencia. Y, por supuesto, distinguía entre el cliente habitual y el que pisaba por primera, y quizá última vez, su local. Incluso, aunque este fuera una mujer joven, agradable y de buen ver.
Toño salió primero del local y se apoyó tranquilamente en la pared de la entrada. Javi lo siguió, encendiendo el cigarrillo:
—Hace un rato vino una chica que preguntó por ti —dijo Toño—. Hará de esto una hora o así.
—¿Quién era?
—No sé. No la había visto antes por aquí.
Javi se volvió hasta colocarse frente a Toño, pensando que esa chica bien podría ser la misma persona que había llamado a su madre. En el fondo, no era habitual que una mujer preguntara por él, por lo que dos en pocas horas resultaba excepcional. Claro que eso lo que significaba era que el tema no estaba tan cerrado como parecía. Al menos, no tanto como él había querido creer.
—¿No te dijo cómo se llamaba o de qué me conocía? —preguntó.
—No. Pero no creo que la conozcas.
Javi hizo un gesto de no comprender lo que le estaba diciendo.
—Me preguntó por ti, nombre y dos apellidos —aclaró Toño—. Yo ya sabía que eras tú, pero le contesté que aquí entraba mucha gente con ese nombre, y que los apellidos de mis clientes no los conocía. Entonces abrió la cartera y sacó una foto tuya. Pero una de hace tiempo, eso seguro, porque tenías el pelo más corto y...
El camarero vaciló un momento.
—¿Y...?
—...y parecías algo más delgado —acabó por decir Toño, intentando evitar ser descortés.
El chico bajó la cabeza, pensativo. Después inspiró una larga calada de su cigarrillo y volvió a levantar la mirada para preguntar:
—¿Mucho más delgado?
—Bastante más delgado —Una confirmación diplomática.
Toño se quedó observándolo, temiendo que su comentario le hubiese molestado. Al fin y al cabo, Javi era un cliente. Este volvió a perder la mirada sobre la acera, aunque no era el comentario sobre su peso lo que le preocupaba:
—No sé quién puede ser. Hace casi cuatro años que no llevo el pelo corto —razonó Javi en voz alta.
—También me preguntó a qué hora solías venir y si ya te habías ido a Lugo. Le contesté que eso no lo sabía, porque en realidad no lo sabía —quiso explicarse—. Y aunque lo supiera, no se lo hubiera dicho.
—¿Hace cuánto tiempo que estuvo aquí?
—Pues, algo más de una hora —contestó Toño, después de consultar su reloj.
—O sea, que como tú no se lo dijiste, decidió llamar a mi madre —dedujo Javi.
—¿También ha llamado a tu madre? —preguntó extrañado el camarero.
—Me acaba de decir que llamó una mujer a casa preguntando por mí, pero no sé si es la misma persona. ¿Qué aspecto tenía esta?
—Muy guapa, y muy amable. Cuando hablaba, no molestaba. De esas personas que se hace sumamente agradable escucharlas —puntualizó.
Javi arqueó las cejas. Es posible que, hasta ese momento, nunca se imaginara que esa fuese una característica que pudiera definir a un ser humano. Para él, de siempre, hablar era solo eso, hablar. Y si a alguien a quien le hablabas quería escucharte, pues ya no molestabas.
Toño siguió con su relato:
—Y también era muy guapa —repitió—. Pero no de las que hacen que te des la vuelta en la acera para mirarlas, no. Sino de las que te sientas enfrente de ella, la miras, y dices: «Pero qué chica más guapa».
—¿Y era rubia, morena…?
—Morena —contestó con avidez, alzando un poco la voz—. Pelo liso, caído hasta los hombros, jersey de lana, pantalón vaquero, y como tú de alta, más o menos. Curvas nada exageradas, pero bonitas. Y botas planas, sin tacón —La capacidad de observación de un camarero es algo que nunca se debe infravalorar—. También apostaría que era un poco más mayor que tú, pero no mucho, probablemente de mi edad.
—¿Y dices que preguntó por mí? —comentó Javi extrañado, como si no llegara a entender que una chica así pudiese tener algún interés en él.
—Sí.
Toño sintió deseos de decirle que él tampoco entendía que aquella mujer con la que había estado hablando lo pudiese estar buscando. Aunque en el último instante pensó que tal vez aquel chico de aspecto descuidado y mentalidad infantil algún día había sido un adolescente interesante. Al fin y al cabo, en la foto no solo se le veía más delgado, sino también mucho más arreglado.
Los dos hombres apagaron los cigarrillos a la vez y entraron de nuevo en la cafetería. Javi aún no había acabado de sentarse cuando sonó un aviso de mensaje recibido en su móvil. No conocía el número. Lo abrió: «Hola guapo. ¿Vas a irte a Lugo estando yo en la ciudad?».
—Me acaba de mandar un mensaje —le dijo a Toño entre eufórico y sorprendido, con una tremenda ingenuidad.
—¿Ya sabes quién es?
Javi negó con la cabeza mientras escribía: «¿Quién eres?». La respuesta fue inmediata: «Una vieja amiga». Él insistió: «Pero, ¿quién?». Ella respondió de nuevo: «Estuve en el Factoría, pero no te vi. Acabo de llegar a la ciudad, ¿te apetece que tomemos un café esta noche? Además, así podrás saber quién soy».
El chico le enseñó el último mensaje a Toño con tal cara de asombro que, viendo la ilusión que desprendía el chico, decidió aportarle más detalles:
—Llegó sola y pidió una Coca-Cola. No tardó más de diez minutos en tomarla y luego me preguntó por ti mientras pagaba. Antes de irse, todavía estuvo un rato en los ordenadores, en el de la esquina —explicó Toño, al tiempo que señalaba uno de los ordenadores públicos con que contaba su local—. Si sabes consultar las últimas webs visitadas, quizá pueda servirte de ayuda.
Los conocimientos informáticos de Javi sí llegaban hasta ese nivel. Tomó aire y puso un billete de cinco euros sobre la barra:
—Cóbrame el café y dame cambio.
Cogió la vuelta y se dirigió hacia el ordenador de la esquina. Luego dejó caer una de las monedas en el cajetín y rápidamente buscó las últimas páginas web visitadas. En cuanto las tuvo delante de sus ojos, vio que todas las direcciones electrónicas que aparecían correspondían a páginas de anuncios por palabras. Pensó que aquello sí podía ser una buena pista, pero quiso asegurarse:
—¿Quién se ha puesto aquí después de ella? —gritó desde la esquina.
—Nadie.
Nada podía fallar. Javi volvió a mirar el ordenador, copió una de las direcciones y la puso en el navegador: a través de ella se podía insertar un anuncio en la sección de «Servicios eróticos/profesionales». Comprobó el teléfono de contacto: coincidía con el que le había enviado el mensaje. Luego el texto: «Sumisa española, pequeña, joven y muy guapa. Absolutamente todos los servicios y perversiones que desees. Solo esta semana».
Javi frunció el ceño y se quedó pensativo. ¿Eso significaba que lo estaba buscando una prostituta? Ahora sí que no entendía nada. Por qué lo iba a buscar una prostituta si él nunca había estado con una, se preguntó. ¿Sus amigos, de los que hoy casualmente no estaba ninguno allí, le habían contratado una sin que Toño se enterara? Porque algo sí tenía claro: Toño no sabía nada, pues de haberlo sabido, no le habría dicho lo del ordenador. Eso seguro.
Cogió su bolso, se despidió y se dirigió a la puerta. Mientras salía, marcó un número de teléfono en su móvil.
—Mamá, que no me marcho hasta el miércoles. Me quedo aquí a estudiar estos dos días, ¿vale?
Después escribió un mensaje: «¿A las diez en el Borea?». Estaba decidido a saber el final de aquella historia, quién era y qué le deparaba aquella misteriosa mujer. Más decidido de lo que nunca había estado con una chica.
Respuesta recibida: «Allí estaré. Un beso».



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3 comentarios:

omar enletrasarte dijo...

Roberto, la lectura es amena, pero nobleza obliga, debo ir al principio para ver la sucesión de acontecimientos en toda su dimensión, así que por ahora, ¡adelante!
saludos

Roberto Martínez Guzmán dijo...

Gracias Omar, y decirte que los capítulos anteriores también están en el blog. Un saludo y espero que te guste!!!

Anónimo dijo...

Amigo Roberto Martínez Guzmán, qué intrigante sigue esta novela y qué enigmática la chica que ha citado a Javi!! Estoy atento a los próximos capítulos. Gracias por publicar.Un saludo