LUNES SANTO
Capítulo Siete
Cuando a las cuatro de la
madrugada el Citroën C4 de Eva paró en el centro exacto de la Plaza del Corregidor, una
hilera de jóvenes esperaban de pie al lado de la entrada del pub, custodiados
por un agente de uniforme. Entre ellos, sobresalía una chica rubia con la
cabeza entre sus manos, sentada en el portal del viejo edificio colindante. A
su lado, otro agente custodiaba la entrada evitando que pasara alguno de los
escasos curiosos que se habían congregado en la plaza. Escasos porque, al fin y
al cabo, el ambiente de la noche de un lunes no daba para mucho más.
Eva se bajó con cierta
desgana del coche y se dirigió directamente al local. Nadie de los presentes en
la plaza había reparado en su llegada, excepto el agente de la entrada, que no
se molestó en pedirle la acreditación. Su rizada cabellera roja constituía para
cualquier miembro del Cuerpo de Policía una presentación mucho más evidente que
su propia placa reglamentaria.
—Buenas noches, inspectora
Santiago —le saludó el policía—. Su compañero está dentro.
—Gracias agente y buenas
noches.
Dentro del local, todas las
luces estaban encendidas. Aquello ya no parecía un pub sino una cafetería de
desayunos.
—En el baño de señoras —le
gritó desde el fondo el subinspector Cruz, encargado inicialmente del caso—. Le
han rajado el cuello a conciencia, desde un extremo al otro. Tremendo, un poco
más y lo decapitan.
Eva fue a su encuentro y se
paró frente a él.
—Me ha llamado el comisario
y me ha encargado que lleve el caso —quiso aclarar antes de nada—. Ya sabes
cómo es Míguez. Me dijo a viva voz: «Santiago,
vaya usted allí. Es un asesinato y todo apunta a que buscamos a una chica.
Usted es la indicada, sabrá cómo piensa esa mujer».
El subinspector Cruz,
Antón, dejó escapar una sonrisa. Ella prosiguió:
—A veces tengo la sensación
de que se cree que las mujeres somos un subgénero animal dentro de la raza
humana que nos regimos por claves secretas. Me da alergia la noche y malditas
las ganas que tengo de estar aquí. Pero sobre todo, no quiero que pienses que
te he querido sacar el caso. Esto no ha sido cosa mía.
—No te preocupes, sabes que
no desconfío de ti. Además, pienso que si te ha llamado, es simplemente porque
lo que en principio parecía un homicidio ahora se está empezando a complicar un
poco.
—¿Qué sabemos? —preguntó
Eva, dando por concluido su descargo.
Antón abrió su pequeño bloc
de notas:
—Pues la víctima es Javier
Fernández Martínez, veinticinco años, residencia oficial en Lugo. Tenía la
cartera encima: carnet de identidad, una
tarjeta de débito y algo de dinero. Por lo que aparentemente queda descartado
el robo. También llevaba unas llaves, tabaco y un teléfono móvil, con un par de
mensajes que nos pueden interesar. Apareció con el cuello rajado y una pelota
de golf dentro de la boca.
—¿Antecedentes? —le cortó
Eva.
—No, ninguno. Puede ser un
estudiante, pero no está confirmado.
—Y sospechamos de una
mujer...
—Sí. Por lo que sabemos,
Javier llegó y estuvo todo el tiempo con una chica. Pero el problema es que a
esta chica ya nadie la vio después. Es más, una de las clientas asegura que se
cruzó con ella esperando para entrar al baño, y que cuando salió le dijo en
tono sereno que su novio aún estaba dentro. Como le extrañó la situación, llamó
para meterle prisa al supuesto novio y, al golpear la puerta, esta se abrió y
ahí fue cuando descubrió el desaguisado. La pobre está destrozada.
Antón tomó aire y
prosiguió, ahora en un tono más bajo:
—Pienso que la actitud de
esta misteriosa mujer, y el hecho de que el cadáver apareciera con una pelota
de golf dentro de la boca, la convierten claramente en sospechosa de asesinato
—razonó, buscando la aprobación de su compañera.
Pero Eva no era una mujer
de conclusiones precipitadas y no se dio por conforme, aunque sí pensó que
quizá su compañero no estuviera del todo mal encaminado.
—Y el camarero, ¿qué dice?
—preguntó.
—Lo ha identificado. Le suena
la cara del chico, pero no como cliente habitual. Recuerda que le sirvió un
cubata y un agua. El cubata es ese — dijo señalando al vasar de la pared del
fondo.
—¿Y el agua?
Antón se encogió de
hombros. Eva se fijó en el vasar. Después buscó con la mirada en los de
alrededor. En la barra, por el suelo. Nada. Finalmente, se dio la vuelta y se
dirigió al baño, ante la mirada de su compañero.
—Respira hondo antes de
entrar... no es agradable —le advirtió él siguiéndola.
La inspectora no respondió,
empujó la puerta con cuidado y vio el vómito que había a la entrada. Lo
esquivó, avanzó un par de pasos y se fijó en el cadáver pálido y ensangrentado
de Javi, tirado sobre su costado derecho. Observó toda la escena con
detenimiento, tomándose su tiempo.
—¿Esto? —le preguntó a
Antón, señalando el vómito con cierto desdén.
—Nada importante. Es de la
chica que lo encontró. Ya te he dicho que se llevó la impresión de su vida.
—¿Seguro que es todo de
ella?
—Sí, seguro. Se lo he
preguntado y afirma que esa zona del baño estaba limpia cuando se abrió la
puerta. Los chicos son todos amigos —siguió hablando ante el silencio de Eva,
que parecía estar totalmente concentrada en el cadáver—. Estaban celebrando el
cumpleaños de uno de ellos. Creo que no han bebido poco.
—Artilugio casero —se
arrancó Eva en alto—, o un cúter a lo sumo. Fíjate en el centro del cuello, el
corte es mucho menos limpio que en los lados —dijo, señalando al cadáver—.
Tiene el pantalón abierto, casi bajado, pero no estaba teniendo relaciones
sexuales. De ser así, lo tendría bajado por completo.
Luego se dio la vuelta,
miró a Antón, después hacia la puerta, y comenzó a escenificar la acción:
—Si está orinando, y
alguien abre la puerta, es imposible que le haga ese corte, porque a la fuerza,
el chico se giraría para ver quién entra. Y si el móvil fuera sexual, el chico
pretendiese forzarla y ella se defendió, él nunca le daría la espalda. En
conclusión: entraron juntos, él se abrió los pantalones para orinar, y ella lo
decapitó por detrás. La pelota se la colocó una vez muerto —concluyó—. Nadie en
su sano juicio se mete una pelota de golf en la boca para orinar.
Después volvió a
concentrarse en el cadáver del chico y sentenció:
—Entraron juntos y lo mató
por sorpresa. Ahora tenemos que averiguar cómo llegaron a esa situación. ¿Qué
dicen los mensajes de los que me hablaste? —le preguntó a Antón sin mirarlo.
—Son un par de SMS de un
número desconocido, apuesto a que de Vodafone. En teoría, se los envió una
vieja amiga para quedar con él. Pero, a tenor de sus respuestas, no sabía quién
era ella.
—Bien —Eva pareció
despertar de repente, saliendo del baño—, hay que moverse.
Se encaminó al centro del
pub y comenzó a dar órdenes. Antón la seguía.
—Que alguien de paisano
pregunte por los bares y pubs de la zona, aún no sabemos si eran pareja, si
eran amigos... o si se odiaban a muerte. También hay que ponerse en contacto
con los familiares. Aparte de darles la noticia, necesitamos saber dónde vivía
este hombre y qué hacía aquí. De esta manera, también podremos comprobar en qué
entorno se movía. Y otro agente que llame a Vodafone, con un poco de suerte la
telefonista nos informará de quién es ese teléfono sin esperar a que llegue por
escrito. Creo que su propietaria va a tener que darnos alguna explicación.
Antón tomaba nota de todos
los encargos.
—Y luego, a ver si hay
suerte y la autopsia nos dice algo más que no sepamos —concluyó.
—¿Y las huellas? Habrá
dejado alguna... —razonó él.
—Sí, que las busquen. Pero
olvídate, es un pub, habrá miles.
Dicho esto, continuó:
—Ponte en marcha con eso y
luego nos vemos en comisaría —Antón asintió con la cabeza—. Yo me quedaré aquí
un rato a interrogar a los testigos y después me llevaré a la chica para que
vea alguna foto —se tomó un respiro—. Eso, si está en condiciones.
Se encaminó hacia la
salida.
—Odio tener que lidiar con
niñatos borrachos —murmuró por el camino.
Tres horas más tarde, Eva
ya estaba en comisaría. Delante de ella y sentada frente a su mesa, la joven
testigo se esforzaba por reconocer entre cientos de fotos a aquella misteriosa
mujer con la que se había cruzado hacía apenas unas horas.
—¿Otro café? —le preguntó
Eva.
—No, no, pero estoy algo
cansada.
De todos modos, debía
seguir viendo fotos. Eva ya había hablado con los padres del muchacho, recién
llegados de Lugo, y que habían identificado el cadáver entre llantos. También
sollozando le habían asegurado que Javi no tenía relación con el mundo de las
drogas, ni una novia conocida. No tenían idea alguna de quién podía querer
verlo muerto. Tan solo hablaron de una mujer desconocida que aquella misma
mañana había llamado para preguntar si Javi estaría ese día en Lugo o en
Ourense.
Otra vez, todo confluía en
la misma misteriosa mujer. Eva se sentó en su sillón, esperando la llegada de
su fiel compañero, con la confianza de que trajera buenas noticias.
No las trajo. Antón asomó
tímidamente su cabeza por la puerta y le hizo una seña a Eva para que saliera
al pasillo. La conversación no duró más de medio minuto. Luego entraron los dos
y ella se dirigió a la chica con cara de preocupación:
—Sara, vete a casa cariño
—le dijo.
—Puedo seguir, no me
importa —contestó levantando la vista de las fotos.
—No, da igual, no creo que
esté ahí —prosiguió—. Márchate a casa y descansa. Si necesitamos algo, ya te
llamo. Gracias por tu colaboración y siento mucho la noche que has tenido que
pasar.
La chica se levantó y Antón
ocupó su lugar delante de Eva. Esta descolgó el teléfono pensativa:
—Soy Santiago, que un
agente acerque a su domicilio a la chica que está saliendo.
Luego colgó, se dejó caer
en el sillón, y centró su atención en Antón. Era el momento de cambiar de
turno, completar el informe del caso e irse a casa. También de hacer balance:
—¿Así que el teléfono desde
el que le enviaron esos mensajes a Javier está a nombre de una señora
domiciliada en Vigo? —preguntó Eva.
—Sí. Un móvil de tarjeta,
comprado hace casi cuatro años y registrado a nombre de Aurora Santiso Varela,
61 años, sin antecedentes y domiciliada en la calle Marqués de Valterra de
Vigo. En este tiempo no han realizado llamadas con él, pero han tenido la
delicadeza de ir recargándolo periódicamente para que la compañía no lo diera
de baja.
—Eso es lo que me extraña.
Me da la sensación de que la asesina ha conseguido ese teléfono a nombre de
alguien con quien no la podamos relacionar, y por eso lo ha mantenido activo
todo este tiempo. Y lo peor de todo: si esto es cierto, tenemos que pensar que
lleva años planeando este asesinato.
—De todos modos, y dada la
gravedad de este caso, los compañeros de Vigo han ido a su domicilio de
inmediato, pero estaba ausente, o no quiso responder. Me imagino que en cuanto
sea una hora más prudencial volverán y harán algunas averiguaciones por el
vecindario. No creo que tarden en dar con ella.
—Sí, pero esa no es la
mujer que buscamos. Así que puede ser una pista fiable, pero más bien parece un
callejón sin salida.
Antón bajó la cabeza, el
caso se complicaba cada vez más y las posibles pistas se habían agotado, al
igual que el turno de aquella noche. Eva comenzó a redactar el informe
policial, pero no dejaba de procesar en su cabeza todos los datos que habían
podido ir recabando a lo largo de la noche. En cuanto acabó, pulsó imprimir, se
levantó a recoger el folio que ya estaba saliendo por la impresora y se lo dio
a firmar a Antón. Luego lo haría ella.
—Tal como lo veo yo —razonó
mientras volvía a su asiento—, todo apunta a un ajuste de cuentas, o a un
asesinato por encargo cometido por una profesional que seguramente ya ha salido
de la ciudad. Todo, excepto que no conocemos a ninguna sicario que actúe sola,
y mucho menos a una que deje como tarjeta de visita una pelota de golf. Además,
hay otro dato quizá todavía más definitivo que nos invita a descartar esa
posibilidad —dijo, volviendo a recostarse en el sillón.
Antón hizo un gesto propio
de esperar la aclaración de Eva, mientras le devolvía el informe:
—He estado hablando con los
padres del chico y resulta que nuestro amigo Javier Fernández Martínez era un
perfecto don nadie. Cuesta trabajo imaginarse que alguien pueda estar
interesado en pagar un solo euro para verlo muerto.
Los dos se levantaron y
salieron juntos de la comisaría, dejando el informe encima de la mesa. Afuera,
una consistente niebla cubría el cercano río Miño, intentando desafiar a los
primeros rayos de luz que ya se vislumbraban en el horizonte. Pronto empezaría
un nuevo día.
Contenido del
informe:
—Hechos:
asesinato en el baño del pub Corregidor Cuatro.
—Víctima:
Javier Fernández Martínez, 25 años, estudiante.
—Procedimiento:
corte en el cuello con objeto desconocido (probablemente un cúter). El cadáver
fue encontrado con una pelota de golf dentro de la boca.
—Sospechosa:
Identidad desconocida.
—Descripción
aproximada: mujer blanca, 30 años, 1,60, 50 kilos, tez blanca, facciones
suaves. Detener e interrogar.
—Relación
entre ellos: desconocidos o amistad ocasional.
—Testigos:
Sara Rodríguez Rodríguez (testigo ocular).
—Móvil:
desconocido.
—Pistas:
mensajes de texto desde un teléfono de Aurora Santiso Varela, 61 años, vecina
de Vigo. Pendiente de localizar e interrogar por la comisaría de Vigo (pasarán
informe).
—Acciones
inmediatas: comprobar entorno de la víctima.
—Pendiente
informe de autopsia.
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