LUNES SANTO
Capítulo Cinco
Javi salió apuradamente del
portal y avanzó hasta el Factoría con su bolso de viaje a cuestas. Toño, el
camarero, lo esperaba detrás de la barra. La normal tranquilidad con la que
recibió a su joven cliente contrastaba con el incipiente nerviosismo que dejaba
ver el recién llegado.
—¿Cómo andamos, joven?
—saludó el camarero.
La respuesta de Javi no fue
más que una especie de mueca que, de haber provenido de cualquier otro cliente,
bien hubiese podido confundirse con un gesto de indiferencia. Pero Toño hacía
tiempo que había asumido el peculiar carácter de su cliente.
—¿Café? —insistió con la
mano ya en la cafetera.
—Sí.
El camarero puso en marcha
el aparato, al tiempo que Javi se acomodaba en la barra sobre un taburete,
dejando caer su bolso de manera descuidada en el suelo. Mientras el café se
filtraba, consultó su móvil buscando minuciosamente en la agenda todos los
números de teléfono que correspondían a mujeres jóvenes. No encontró entre
ellos a la candidata ideal. Tampoco tardó en deducir que, de haber tenido
aquella mujer su número de teléfono, no habría llamado a su madre, sino a él.
En consecuencia, tenía que tratarse a la fuerza de una telefonista cuyo único
interés radicaba en venderle algún servicio nuevo. Era consciente de que había
empresas que vendían sus ficheros de clientes a otras de marketing con fines
comerciales y que los datos de contacto que incluían no siempre estaban
actualizados, por lo que no era descabellado pensar que esa fuera la causa del
equívoco. Perdió la vista un momento en la pared y luego se reafirmó:
—Sin duda, eso es lo que ha
pasado —pensó para sí.
Ya más tranquilo, dejó el teléfono
sobre la mesa y centró su atención en el humeante café que Toño ya le estaba
colocando delante.
—¿Te vas de vacaciones?
—Sí, para casa. No lo
soporto, prefiero cuando hay clase.
—Hombre, pero también
tendrás ganas de ver a tus padres... —dedujo en voz alta el camarero, aun
siendo consciente de que estaba aplicando a la situación una lógica que no
siempre regía en la cabeza de su joven cliente.
—Sí, cinco minutos.
Después, me agobian —insistió Javi—. No sabes cómo es mi madre, se cree que todavía
tengo doce años.
Toño sonrió con cara de
entender perfectamente la actitud con que aquella señora trataba a su hijo. De
todos modos, prefirió no ahondar en el tema. Sacó de detrás de la barra una
cajetilla de tabaco casi sin estrenar y, tomando dos cigarrillos, le ofreció
uno a Javi.
—¿Salimos a fumar?
La ley antitabaco española
impedía poder disfrutar de un cigarrillo dentro de un local cerrado. Algo que
todo el mundo cumplía a rajatabla, incluso en las cafeterías. Por eso, Javi
apuró el café y cogió el cigarro, mientras el camarero echaba un vistazo al
local, asegurándose de que podía ausentarse durante unos minutos. Toño era un
tipo moreno, de pelo corto y cara afable, que conocía mejor que nadie su
oficio. A pesar de solo sobrepasar escasamente la treintena, llevaba muchos
años atendiendo a diario a clientes detrás de una barra. Algunos, también como
Javi. Por eso, sabía cuándo ser discreto y cuándo, por el contrario, podía
tomarse alguna licencia. Y, por supuesto, distinguía entre el cliente habitual
y el que pisaba por primera, y quizá última vez, su local. Incluso, aunque este
fuera una mujer joven, agradable y de buen ver.
Toño salió primero del
local y se apoyó tranquilamente en la pared de la entrada. Javi lo siguió,
encendiendo el cigarrillo:
—Hace un rato vino una
chica que preguntó por ti —dijo Toño—. Hará de esto una hora o así.
—¿Quién era?
—No sé. No la había visto
antes por aquí.
Javi se volvió hasta
colocarse frente a Toño, pensando que esa chica bien podría ser la misma
persona que había llamado a su madre. En el fondo, no era habitual que una
mujer preguntara por él, por lo que dos en pocas horas resultaba excepcional.
Claro que eso lo que significaba era que el tema no estaba tan cerrado como
parecía. Al menos, no tanto como él había querido creer.
—¿No te dijo cómo se
llamaba o de qué me conocía? —preguntó.
—No. Pero no creo que la
conozcas.
Javi hizo un gesto de no
comprender lo que le estaba diciendo.
—Me preguntó por ti, nombre
y dos apellidos —aclaró Toño—. Yo ya sabía que eras tú, pero le contesté que
aquí entraba mucha gente con ese nombre, y que los apellidos de mis clientes no
los conocía. Entonces abrió la cartera y sacó una foto tuya. Pero una de hace
tiempo, eso seguro, porque tenías el pelo más corto y...
El camarero vaciló un
momento.
—¿Y...?
—...y parecías algo más
delgado —acabó por decir Toño, intentando evitar ser descortés.
El chico bajó la cabeza,
pensativo. Después inspiró una larga calada de su cigarrillo y volvió a
levantar la mirada para preguntar:
—¿Mucho más delgado?
—Bastante más delgado —Una
confirmación diplomática.
Toño se quedó observándolo,
temiendo que su comentario le hubiese molestado. Al fin y al cabo, Javi era un
cliente. Este volvió a perder la mirada sobre la acera, aunque no era el comentario
sobre su peso lo que le preocupaba:
—No sé quién puede ser.
Hace casi cuatro años que no llevo el pelo corto —razonó Javi en voz alta.
—También me preguntó a qué
hora solías venir y si ya te habías ido a Lugo. Le contesté que eso no lo
sabía, porque en realidad no lo sabía —quiso explicarse—. Y aunque lo supiera,
no se lo hubiera dicho.
—¿Hace cuánto tiempo que
estuvo aquí?
—Pues, algo más de una hora
—contestó Toño, después de consultar su reloj.
—O sea, que como tú no se
lo dijiste, decidió llamar a mi madre —dedujo Javi.
—¿También ha llamado a tu
madre? —preguntó extrañado el camarero.
—Me acaba de decir que
llamó una mujer a casa preguntando por mí, pero no sé si es la misma persona.
¿Qué aspecto tenía esta?
—Muy guapa, y muy amable.
Cuando hablaba, no molestaba. De esas personas que se hace sumamente agradable
escucharlas —puntualizó.
Javi arqueó las cejas. Es
posible que, hasta ese momento, nunca se imaginara que esa fuese una
característica que pudiera definir a un ser humano. Para él, de siempre, hablar
era solo eso, hablar. Y si a alguien a quien le hablabas quería escucharte,
pues ya no molestabas.
Toño siguió con su relato:
—Y también era muy guapa
—repitió—. Pero no de las que hacen que te des la vuelta en la acera para
mirarlas, no. Sino de las que te sientas enfrente de ella, la miras, y dices: «Pero qué chica más guapa».
—¿Y era rubia, morena…?
—Morena —contestó con
avidez, alzando un poco la voz—. Pelo liso, caído hasta los hombros, jersey de
lana, pantalón vaquero, y como tú de alta, más o menos. Curvas nada exageradas,
pero bonitas. Y botas planas, sin tacón —La capacidad de observación de un
camarero es algo que nunca se debe infravalorar—. También apostaría que era un
poco más mayor que tú, pero no mucho, probablemente de mi edad.
—¿Y dices que preguntó por
mí? —comentó Javi extrañado, como si no llegara a entender que una chica así
pudiese tener algún interés en él.
—Sí.
Toño sintió deseos de
decirle que él tampoco entendía que aquella mujer con la que había estado
hablando lo pudiese estar buscando. Aunque en el último instante pensó que tal
vez aquel chico de aspecto descuidado y mentalidad infantil algún día había
sido un adolescente interesante. Al fin y al cabo, en la foto no solo se le veía
más delgado, sino también mucho más arreglado.
Los dos hombres apagaron
los cigarrillos a la vez y entraron de nuevo en la cafetería. Javi aún no había
acabado de sentarse cuando sonó un aviso de mensaje recibido en su móvil. No
conocía el número. Lo abrió: «Hola guapo. ¿Vas
a irte a Lugo estando yo en la ciudad?».
—Me acaba de mandar un
mensaje —le dijo a Toño entre eufórico y sorprendido, con una tremenda
ingenuidad.
—¿Ya sabes quién es?
Javi negó con la cabeza
mientras escribía: «¿Quién eres?». La respuesta
fue inmediata: «Una vieja amiga». Él insistió:
«Pero, ¿quién?». Ella respondió de nuevo: «Estuve en el Factoría, pero no te vi. Acabo de
llegar a la ciudad, ¿te apetece que tomemos un café esta noche? Además, así
podrás saber quién soy».
El chico le enseñó el
último mensaje a Toño con tal cara de asombro que, viendo la ilusión que
desprendía el chico, decidió aportarle más detalles:
—Llegó sola y pidió una
Coca-Cola. No tardó más de diez minutos en tomarla y luego me preguntó por ti
mientras pagaba. Antes de irse, todavía estuvo un rato en los ordenadores, en
el de la esquina —explicó Toño, al tiempo que señalaba uno de los ordenadores
públicos con que contaba su local—. Si sabes consultar las últimas webs
visitadas, quizá pueda servirte de ayuda.
Los conocimientos
informáticos de Javi sí llegaban hasta ese nivel. Tomó aire y puso un billete
de cinco euros sobre la barra:
—Cóbrame el café y dame
cambio.
Cogió la vuelta y se
dirigió hacia el ordenador de la esquina. Luego dejó caer una de las monedas en
el cajetín y rápidamente buscó las últimas páginas web visitadas. En cuanto las
tuvo delante de sus ojos, vio que todas las direcciones electrónicas que
aparecían correspondían a páginas de anuncios por palabras. Pensó que aquello
sí podía ser una buena pista, pero quiso asegurarse:
—¿Quién se ha puesto aquí
después de ella? —gritó desde la esquina.
—Nadie.
Nada
podía fallar. Javi volvió a mirar el ordenador, copió una de las direcciones y
la puso en el navegador: a través de ella se podía insertar un anuncio en la
sección de «Servicios eróticos/profesionales». Comprobó el teléfono de contacto: coincidía con
el que le había enviado el mensaje. Luego el texto: «Sumisa
española, pequeña, joven y muy guapa. Absolutamente todos los servicios y
perversiones que desees. Solo esta semana».
Javi frunció el ceño y se
quedó pensativo. ¿Eso significaba que lo estaba buscando una prostituta? Ahora
sí que no entendía nada. Por qué lo iba a buscar una prostituta si él nunca
había estado con una, se preguntó. ¿Sus amigos, de los que hoy casualmente no
estaba ninguno allí, le habían contratado una sin que Toño se enterara? Porque
algo sí tenía claro: Toño no sabía nada, pues de haberlo sabido, no le habría
dicho lo del ordenador. Eso seguro.
Cogió su bolso, se despidió
y se dirigió a la puerta. Mientras salía, marcó un número de teléfono en su
móvil.
—Mamá, que no me marcho
hasta el miércoles. Me quedo aquí a estudiar estos dos días, ¿vale?
Después escribió un
mensaje: «¿A las diez en el Borea?». Estaba
decidido a saber el final de aquella historia, quién era y qué le deparaba
aquella misteriosa mujer. Más decidido de lo que nunca había estado con una
chica.
Respuesta recibida: «Allí estaré. Un beso».
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3 comentarios:
Roberto, la lectura es amena, pero nobleza obliga, debo ir al principio para ver la sucesión de acontecimientos en toda su dimensión, así que por ahora, ¡adelante!
saludos
Gracias Omar, y decirte que los capítulos anteriores también están en el blog. Un saludo y espero que te guste!!!
Amigo Roberto Martínez Guzmán, qué intrigante sigue esta novela y qué enigmática la chica que ha citado a Javi!! Estoy atento a los próximos capítulos. Gracias por publicar.Un saludo
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