lunes, 24 de junio de 2013

Muerte sin resurrección (1os capítulos): Cap. OCHO



MARTES SANTO
Capítulo Ocho


Sebas miró en la penumbra a María y pensó cómo sería su vida en soledad, sobreviviendo sin la compañía de aquel delicado cuerpo que cada mañana lo acompañaba al despertar. Sabía que en el mundo había almas tristes, seres sin alegría ni ilusión que, de tanto guardarse su amor, habían acabado por olvidar que ese era el bien más preciado que podían ofrecer. También sabía que hasta hacía tan solo dos años, él había sido una de esas almas, perdido por mundos de mentira, sin sospechar que su actual vida no solo podía existir sino también estar a su alcance.
Recién salido de la ducha y con su cuerpo aún húmedo, se sentó en la cama y observó a su joven mujer mientras dormía. Acarició su pelo despeinado por la almohada y como siempre deseó poder quedarse a contemplarla, poder recorrer con la yema de sus dedos las curvas de su rostro y acompañarla en su lento despertar, saborear cada rasgo de su cara, cada expresión y cada mirada. Hubiese dado varios años de su vida en aquel momento por poder seguir allí durante horas. En el fondo, por algo tan accesible que solamente tendría que esperar a que llegase el fin de semana para tenerlo.
Se levantó sin mover la cama y comenzó a vestirse, a prepararse para iniciar el nuevo día, sin dejar de escuchar el acompasado respirar de María. Luego regresó al baño. Allí se afeitó y se peinó cuidadosamente. Cuando acabó, miró el reloj, las seis y media de la mañana. A las siete debía abrir su empresa y no podía perder tiempo.
De nuevo en la habitación, acercó sus labios a la suave cara de María, a modo de despedida. La besó dulcemente y la chica abrió levemente sus ojos. Casi todos los días lo hacía en ese momento:
—¿Ya te vas? —preguntó con voz somnolienta.
—Sí, se me está haciendo tarde.
—¿Has desayunado?
—No, no me da tiempo.
—Nunca desayunas. No puedes ir a trabajar en ayunas.
—Ya como algo en la empresa, no te preocupes. Cierra los ojos, aún puedes dormir una hora más —le susurró al oído, mientras volvía a besarla.
—Te quiero, cariño.
—Yo también.
María dio una vuelta en la cama y cerró los ojos bajo la enamorada mirada de su marido. En cuanto esto sucedió, Sebas apagó la luz del baño, cogió algunas galletas en la cocina de forma apresurada y se dirigió hacia la puerta de entrada.
Mientras esperaba el ascensor, en el silencio que se respiraba a aquella hora en el edificio, se metió en la boca una de las galletas, a la vez que repasaba mentalmente las tareas que debía realizar. Le gustaba tener todo en orden a las ocho, hora en que llegarían sus tres empleados. Todas las máquinas a punto, los encargos preparados y el trabajo de cada uno perfectamente programado.
Entró en el ascensor y marcó el sótano, un pequeño garaje vecinal cuya única luz no funcionaba desde el domingo. Estaba seguro de que así seguiría. La eficiencia no era la principal virtud del presidente de su comunidad, por eso era más que probable que el foco permaneciese eternamente fundido hasta que él mismo se decidiera a cambiarlo.
En cuanto llegó, dejó la puerta del ascensor abierta, aprovechando su luz. También encendió la pantalla de su móvil para poder iluminar levemente sus pasos hasta el coche, evitando dirigir su vista hacia los distintos automóviles estacionados a cada lado del pasillo central. Una vez dentro de su Opel Astra, activó de inmediato el mando del portalón de salida. Mientras este se abría, encendió el motor y los faros del vehículo, encaminándose hacia la salida sin perder tiempo.
Sebas intentaba mantener la calma, demostrarse a sí mismo que era absurda su actitud, pero lo cierto era que aquella situación le aterraba. La combinación de oscuridad y automóviles le acercaba hasta el presente siniestros recuerdos desde lo más escondido de su pasado. Episodios vitales superados, pero que le hacían sentir como un ser miserable delante del espejo y, de vez en cuando, provocaban que se despertase de noche en medio de alguna pesadilla.
En todo caso, pensó, eso era pasado: los muertos solo regresan en sueños, y yo debo vivir mi presente, mi extraordinaria vida actual junto a María.
Solo unas horas después, al mediodía, ya estaría de vuelta a su lado.





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