LUNES SANTO
Capítulo Seis
A las diez de la noche,
mientras atravesaba a pie el emblemático Puente Nuevo sobre el río Miño, Javi
se sentía seguro de haber completado los deberes básicos que todo caballero
debe realizar antes de enfrentarse a una cita. Se había duchado de nuevo, se
había cambiado de ropa varias veces delante del pequeño espejo que presidía su
cuarto de baño y hasta se había afeitado. La primera vez en las últimas dos
semanas. Incluso, haciendo un exceso,
había rebuscado dentro de su anciano bolso de viaje hasta recuperar del fondo un
pequeño frasco de colonia, regalo de su madre hacía poco más de un mes, en su
último cumpleaños. Sin duda, una ocasión como esta se merecía el honor de
estrenarlo, había pensado.
Pocos minutos después, ya
había llegado a Curros Enríquez, lo que significaba que en cuanto cruzase la
calle Sáenz Díez habría llegado a la cafetería. Miró un momento el reloj para
asegurarse de que llegaba algo tarde. Un detalle premeditado, pues pensó que
así no tendría tiempo para valorar la posibilidad de volverse a casa mientras
esperaba la llegada de su acompañante.
Sin embargo, al subir el
pequeño escalón de la entrada, no pudo evitar sentir un fuerte cosquilleo en el
estómago, pero era demasiado tarde para volverse atrás. Abrió la puerta, entró
discretamente y se dirigió a la barra mientras echaba una rápida ojeada a todas
las mesas, sin parar la mirada en ninguna. Como por casualidad, pero suficiente
para conseguir un listado de todos los clientes: en la primera mesa, una
acaramelada pareja, un grupo de cinco amigos en la tercera, y una chica morena
en la sexta. Las demás, vacías. En la barra solo vio a otra chica morena
sentada sobre un taburete y a un hombre de unos cincuenta años de pie leyendo
el periódico, a unos dos metros de la chica. Recordó la descripción de Toño y
examinó ya sin disimulo a la chica de la barra. Demasiado pecho.
Salvo el camarero, que
esperaba frente a Javi, nadie parecía haberse dado cuenta de su llegada, pero
dedujo que, por fuerza, su misteriosa amiga tenía que ser la chica sentada en
la mesa del fondo. No había otra opción.
—¿Qué va a tomar? —dijo el
camarero, ante la aparente pasividad de su cliente.
Buena pregunta, pensó Javi.
Decidió volverse ligeramente para espiar qué estaba tomando su futura
acompañante: en apariencia, Coca-Cola. ¿Sola o combinada? Javi se tomó un
momento para valorar la situación y luego se giró de nuevo hacia el camarero:
—Coca-Cola con ron. Me
siento allí —señalando al fondo—, en la mesa en donde está la chica morena.
—¿Algún ron en especial?
—No, cualquiera —contestó,
encaminándose ya hacia la quinta mesa.
No llevaba ni medio
recorrido andado cuando la chica levantó los ojos y fijó su mirada en él, al
tiempo que se dibujaba una amplia sonrisa en su cara, a modo de bienvenida. Por
su parte, Javi había estado toda la tarde ensayando cómo presentarse en ese momento.
Alguna de las muchas y por lo general ridículas frases que un hombre puede
pensar como ideales para estas situaciones. Aunque, finalmente, solo acertó a
decir:
—¿Quién eres?
—Hola —la sonrisa de la
chica se hizo ahora aún más evidente—. Ya te lo he dicho, una vieja amiga.
—Pero yo no me acuerdo de
ti, ¿debería reconocerte?
—¿No vas a sentarte...?
—preguntó ella, intentado relajar el ambiente.
Javi se sentó, mientras el
camarero traía su bebida. En cuanto este se fue, la tensión que dominaba al muchacho
volvió a dirigir la conversación:
—Sé que estuviste en el
Factoría, y vi el ordenador en el que te sentaste —dijo sin preámbulos—. La
última persona que estuvo en él había insertado un anuncio de prostitución. Y
el camarero me aseguró que allí solo te habías sentado tú en toda la mañana.
La hasta ese momento
perenne sonrisa se borró de la cara de la chica de repente:
—No era mío.
—Lo digo porque si esta
cita es algún truco para conseguir clientes, o para atracarme, ya te advierto
que ni tengo dinero, ni yo...
—No soy prostituta —lo
cortó—. No lo soy, ni lo he sido nunca. Ni tampoco tengo intención de serlo en
el futuro —remarcó convencida.
—Entonces, ¿por qué me
buscas, por qué me has escrito?
—Ya te lo he dicho. Soy una
vieja amiga.
—Pero si yo no sé quién
eres, ni siquiera cómo te llamas.
Se hizo un silencio
incómodo, eterno para Javi. Finalmente, la chica lo miró a los ojos. Una de
esas miradas que parece desnudarte el alma:
—Emma, me llamo Emma.
—Pues lo siento, pero no me
acuerdo de ti.
—Puede ser. Solo nos vimos
una vez, hace ya tiempo, pero aquel día dejaste una huella imborrable en mí.
Por eso te he buscado, y también por eso estoy hoy aquí.
—¿Dónde nos vimos, cuándo?
—Puede que no me reconozcas
porque desde aquel día he cambiado bastante. De hecho, incluso en alguna
ocasión he querido pasar por el quirófano para retocarme la cara. Ya sabes,
coquetería femenina.
—Sí, ya me imagino. Pero
sigo sin recordar qué aspecto tenías antes.
—El día que me conociste
peor, sin lugar a dudas.
—Pues entonces has debido
mejorar mucho con el tiempo.
Emma se lo tomó como un
halago, porque en el fondo no podía ser otra cosa. Pero para ella, en la
práctica, también era la ocasión perfecta de desviar definitivamente una
conversación que en modo alguno deseaba continuar:
—Y ahora, dime: ¿vas a
relajarte y enseñarme la ciudad como acordamos o vas a seguir interrogándome
para averiguar algo que puedes estar seguro que te diré antes de que acabe esta
noche?
Luego bajó la cabeza, junto
con el tono de voz:
—Quizá no debí llamarte
—apostilló haciéndose la ofendida.
—No, no. Me gustó que me
escribieras. ¿De verdad, después me vas a decir de qué nos conocemos?
Emma asintió con la cabeza,
al tiempo que la sonrisa de su cara adquiría un tono pícaro que ya no
abandonaría. Javi también sonrió, por primera vez en toda la noche.
Casi cinco horas más tarde,
Javi y Emma caminaban como dos buenos amigos a través de algunas de las
estrechas calles que conforman la vetusta zona de vinos orensana. Cinco largas
horas regadas de alcohol servido en locales semivacíos, de bromas forzadas y
conversaciones intrascendentes. De música sugerente, en algunos momentos, y
expectativas masculinas poco confesables, casi siempre. Cada estudiada sonrisa
que Emma dejaba escapar producía en el chico un curioso efecto hipnótico. Y la
chica sonreía mucho, de eso no había duda. Javi aún no sabía qué misteriosa
razón los relacionaba, cierto, pero a estas alturas de la noche, a quién le
importa eso, se preguntó en algún momento. Además, recordó que en la cafetería
ella le había dicho que antes de que acabara esa noche sabría de qué se
conocían y pensó que una chica como Emma nunca lo engañaría.
—¿Vamos al Corregidor?
—sugirió Javi en su papel de anfitrión.
—¿Qué es eso? —preguntó
Emma.
—Un pub —se rió él—. Se
nota que no has estado mucho en Ourense.
—Sí, hace tiempo que no
vengo por aquí.
Frente a la puerta del
pequeño pub, Javi razonó que es una costumbre de buen caballero ceder el paso a
una dama, y Emma entró primero. También razonó que ese podía ser un momento
idóneo para acariciarle la espalda de manera discreta y, desde luego, no
pensaba desaprovechar la ocasión. La chica le dejó hacer.
Una vez dentro, Emma
dirigió una atenta mirada examinando el largo y oscuro local:
—¿Vamos al fondo? Aquí hay
mucha gente —dijo.
En efecto, pese a ser
lunes, un buen puñado de jóvenes se concentraba en la primera mitad del local,
donde el camarero servía bebidas al mismo tiempo que se afanaba en pinchar a un
volumen considerable las canciones de moda. A Javi le pareció buena la idea de
Emma.
—Ve yendo mientras yo pido
—logró hacerse oír entre la música—. ¿Qué tomas?
—Un agua —La tercera en la
noche.
—No bebes mucho...
Emma sonrió de nuevo y se
encaminó hacia el final del pub, mientras el chico pedía en la barra. Cuando
Javi llegó con las bebidas, Emma seguía inspeccionando aquel sitio:
—¿Ahí están los baños? —le
preguntó señalando dos puertas que había frente a ellos.
—Sí.
Emma se acercó y pareció
dudar sobre cuál elegir. Abrió la de caballeros, echó un vistazo, reculó y, al
final, entró en el de señoras. Salió a los pocos segundos, entre la extrañeza y
las risas del chico:
—Solo quería comprobar una
cosa —se explicó ella, rozando la oreja de Javi con sus labios mientras
hablaba.
—¿El qué? ¿Cómo son los
baños?
Emma no contestó. Se limitó
a avanzar unos pasos hacia delante y comenzar a bailar suavemente al son de la
música. Javi la observaba detenidamente desde su espalda, sin temor a que ella
considerara inadecuada su lasciva mirada. Luego dejó su copa sobre el vasar que
estaba a su lado y se recogió el pelo en una coleta. Cuando quiso buscar con su
mirada de nuevo a la chica, esta ya se había acercado y estaba frente a él:
—Pensé que serías más
lanzado.
El chico palideció. Más por
la cercanía de ella que por sus propias palabras.
—Es que no me gusta forzar
las cosas —intentó disculparse.
—No tienes que forzar nada,
simplemente dejar que ocurran.
Javi entendió. Era imposible
no hacerlo, incluso para alguien como él. La misteriosa mujer a la que hacía
tan solo unos minutos le había robado una caricia en la espalda ahora le estaba
abriendo las puertas de su intimidad de par en par. Pero esa era una situación
que no había previsto. El chico balbuceó:
—Voy un momento al baño.
Tengo ganas de...
—¿Quieres que te acompañe?
Él no supo qué responder.
Se limitó a no perder detalle de lo que estaba escuchando.
—Los chicos no sabéis
sacudirla al acabar, y siempre os olvidáis de la última gota, no es agradable.
Javi comprendió ahora aún
más de lo que antes había comprendido. Se sentía desbordado, pero tampoco era
cuestión de frenar una situación como aquella, pensó. Emma se abrazó a su
cuello y le susurró al oído:
—Nadie nos ve.
Luego soltó el cuello del
chico, cogió su bolso y agarrando de la mano a Javi, lo guió hasta el baño de
señoras, cerrando la puerta tras de sí. Ya dentro, él se puso frente a la taza
y se bajó levemente los pantalones. Al fin y al cabo, era lo que siempre hacía
cuando iba al baño. Ella pegó su pequeño cuerpo contra su espalda:
—No creo que pueda así
—razonó él.
—Relájate, estamos solos.
No se relajó. Quiso
volverse, pero Emma lo evitó colocando también sus dos manos en la espalda del
chico.
—No, no te muevas —le
indicó ella, al tiempo que iba subiendo sobre el cuerpo de Javi hasta acariciar
su cabeza.
Él obedeció. Inmóvil, notó
como una de las manos de la chica dejaba de tocarlo, a la vez que la otra se
había parado en su coleta, teniendo la sensación de que amenazaba con tirar de
ella.
—¿Por qué me agarras la
coleta? —protestó con el tono de un bebé disconforme.
No pudo decir más. Sintió
un fuerte tirón hacia atrás, y un desgarro en su cuello. Un corte rápido,
seguro, firme, de izquierda a derecha. Luego, dolor, humedad, la imposibilidad
de hablar, de gritar, y finalmente la luz se transformó en tinieblas.
Cuando todo había acabado,
Emma dejó caer el cuerpo despacio, hasta el suelo. Ni siquiera se molestó en
subirle los pantalones. Tan solo sacó una pelota de golf de su bolso y se la
incrustó cuidadosamente en la boca. Luego comprobó con mimo que ni una sola
gota de la sangre de Javi le había alcanzado, ni siquiera en la suela de sus
zapatos. Todo en regla, pensó. Por último, lo miró detenidamente, tomándose su
tiempo, casi saboreando su obra.
—Estúpido hijo de puta
—murmuró para sí.
Después, se dio la vuelta,
cogió aire y abrió levemente la puerta, observando el exterior por la estrecha
rendija. Pudo ver que una de las chicas que estaba en la entrada ahora esperaba
turno para usar aquel baño, apoyada en la pared. Un problema, pero por lo
demás, todo despejado. Volvió a cerrar y se alborotó ligeramente el pelo
delante del espejo. Poco después salió con decisión, cerrando la puerta tras de
sí. En cuanto estuvo fuera, la chica que esperaba hizo ademán de entrar pero
Emma la agarró del brazo, cuando ya iba a abrir la puerta:
—Aún está dentro mi novio
—le advirtió.
La chica dejó escapar una
expresión de disconformidad. Al fin y al cabo, aquel era el baño de señoras y
ella tenía prisa. En cualquier caso, esperaría.
Emma volvió al lugar que había
ocupado antes en el pub. Introdujo discretamente su botella de agua en el bolso
y se encaminó hacia la salida, con tranquilidad. En la entrada, los chicos
seguían hablando con el camarero, apuraban sus copas y reían entre ellos.
Ninguno reparó en Emma. Cuando ya estaba traspasando la puerta de entrada, un
grito estremecedor se oyó a su espalda, venciendo a la música. Tanto, que no
volvió a sonar en toda la noche.
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1 comentario:
Bom Dia:Estou feliz por ter encontrado seu blog saber o quanto já escreveu isso com certeza da bom animo e nos incentiva a continuar também..
Meu primeiro livro foi publicado no Ano passado.
Estou escrevendo o segundo ,
mais é cansativo coisa , que poucos sabe .
Quando estamos escrevendo mudamos para nosso mundo interior .
A viagem é linda perdemos horas de sono sem pensar no depois.
Parabéns pela linda caminhada.
Feliz final de semana beijos,Evanir.
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