lunes, 10 de junio de 2013

Muerte sin resurrección (1os capítulos): Cap. SEIS


LUNES SANTO
Capítulo Seis


A las diez de la noche, mientras atravesaba a pie el emblemático Puente Nuevo sobre el río Miño, Javi se sentía seguro de haber completado los deberes básicos que todo caballero debe realizar antes de enfrentarse a una cita. Se había duchado de nuevo, se había cambiado de ropa varias veces delante del pequeño espejo que presidía su cuarto de baño y hasta se había afeitado. La primera vez en las últimas dos semanas. Incluso,  haciendo un exceso, había rebuscado dentro de su anciano bolso de viaje hasta recuperar del fondo un pequeño frasco de colonia, regalo de su madre hacía poco más de un mes, en su último cumpleaños. Sin duda, una ocasión como esta se merecía el honor de estrenarlo, había pensado.
Pocos minutos después, ya había llegado a Curros Enríquez, lo que significaba que en cuanto cruzase la calle Sáenz Díez habría llegado a la cafetería. Miró un momento el reloj para asegurarse de que llegaba algo tarde. Un detalle premeditado, pues pensó que así no tendría tiempo para valorar la posibilidad de volverse a casa mientras esperaba la llegada de su acompañante.
Sin embargo, al subir el pequeño escalón de la entrada, no pudo evitar sentir un fuerte cosquilleo en el estómago, pero era demasiado tarde para volverse atrás. Abrió la puerta, entró discretamente y se dirigió a la barra mientras echaba una rápida ojeada a todas las mesas, sin parar la mirada en ninguna. Como por casualidad, pero suficiente para conseguir un listado de todos los clientes: en la primera mesa, una acaramelada pareja, un grupo de cinco amigos en la tercera, y una chica morena en la sexta. Las demás, vacías. En la barra solo vio a otra chica morena sentada sobre un taburete y a un hombre de unos cincuenta años de pie leyendo el periódico, a unos dos metros de la chica. Recordó la descripción de Toño y examinó ya sin disimulo a la chica de la barra. Demasiado pecho.
Salvo el camarero, que esperaba frente a Javi, nadie parecía haberse dado cuenta de su llegada, pero dedujo que, por fuerza, su misteriosa amiga tenía que ser la chica sentada en la mesa del fondo. No había otra opción.
—¿Qué va a tomar? —dijo el camarero, ante la aparente pasividad de su cliente.
Buena pregunta, pensó Javi. Decidió volverse ligeramente para espiar qué estaba tomando su futura acompañante: en apariencia, Coca-Cola. ¿Sola o combinada? Javi se tomó un momento para valorar la situación y luego se giró de nuevo hacia el camarero:
—Coca-Cola con ron. Me siento allí —señalando al fondo—, en la mesa en donde está la chica morena.
—¿Algún ron en especial?
—No, cualquiera —contestó, encaminándose ya hacia la quinta mesa.
No llevaba ni medio recorrido andado cuando la chica levantó los ojos y fijó su mirada en él, al tiempo que se dibujaba una amplia sonrisa en su cara, a modo de bienvenida. Por su parte, Javi había estado toda la tarde ensayando cómo presentarse en ese momento. Alguna de las muchas y por lo general ridículas frases que un hombre puede pensar como ideales para estas situaciones. Aunque, finalmente, solo acertó a decir:
—¿Quién eres?
—Hola —la sonrisa de la chica se hizo ahora aún más evidente—. Ya te lo he dicho, una vieja amiga.
—Pero yo no me acuerdo de ti, ¿debería reconocerte?
—¿No vas a sentarte...? —preguntó ella, intentado relajar el ambiente.
Javi se sentó, mientras el camarero traía su bebida. En cuanto este se fue, la tensión que dominaba al muchacho volvió a dirigir la conversación:
—Sé que estuviste en el Factoría, y vi el ordenador en el que te sentaste —dijo sin preámbulos—. La última persona que estuvo en él había insertado un anuncio de prostitución. Y el camarero me aseguró que allí solo te habías sentado tú en toda la mañana.
La hasta ese momento perenne sonrisa se borró de la cara de la chica de repente:
—No era mío.
—Lo digo porque si esta cita es algún truco para conseguir clientes, o para atracarme, ya te advierto que ni tengo dinero, ni yo...
—No soy prostituta —lo cortó—. No lo soy, ni lo he sido nunca. Ni tampoco tengo intención de serlo en el futuro —remarcó convencida.
—Entonces, ¿por qué me buscas, por qué me has escrito?
—Ya te lo he dicho. Soy una vieja amiga.
—Pero si yo no sé quién eres, ni siquiera cómo te llamas.
Se hizo un silencio incómodo, eterno para Javi. Finalmente, la chica lo miró a los ojos. Una de esas miradas que parece desnudarte el alma:
—Emma, me llamo Emma.
—Pues lo siento, pero no me acuerdo de ti.
—Puede ser. Solo nos vimos una vez, hace ya tiempo, pero aquel día dejaste una huella imborrable en mí. Por eso te he buscado, y también por eso estoy hoy aquí.
—¿Dónde nos vimos, cuándo?
—Puede que no me reconozcas porque desde aquel día he cambiado bastante. De hecho, incluso en alguna ocasión he querido pasar por el quirófano para retocarme la cara. Ya sabes, coquetería femenina.
—Sí, ya me imagino. Pero sigo sin recordar qué aspecto tenías antes.
—El día que me conociste peor, sin lugar a dudas.
—Pues entonces has debido mejorar mucho con el tiempo.
Emma se lo tomó como un halago, porque en el fondo no podía ser otra cosa. Pero para ella, en la práctica, también era la ocasión perfecta de desviar definitivamente una conversación que en modo alguno deseaba continuar:
—Y ahora, dime: ¿vas a relajarte y enseñarme la ciudad como acordamos o vas a seguir interrogándome para averiguar algo que puedes estar seguro que te diré antes de que acabe esta noche?
Luego bajó la cabeza, junto con el tono de voz:
—Quizá no debí llamarte —apostilló haciéndose la ofendida.
—No, no. Me gustó que me escribieras. ¿De verdad, después me vas a decir de qué nos conocemos?
Emma asintió con la cabeza, al tiempo que la sonrisa de su cara adquiría un tono pícaro que ya no abandonaría. Javi también sonrió, por primera vez en toda la noche.

Casi cinco horas más tarde, Javi y Emma caminaban como dos buenos amigos a través de algunas de las estrechas calles que conforman la vetusta zona de vinos orensana. Cinco largas horas regadas de alcohol servido en locales semivacíos, de bromas forzadas y conversaciones intrascendentes. De música sugerente, en algunos momentos, y expectativas masculinas poco confesables, casi siempre. Cada estudiada sonrisa que Emma dejaba escapar producía en el chico un curioso efecto hipnótico. Y la chica sonreía mucho, de eso no había duda. Javi aún no sabía qué misteriosa razón los relacionaba, cierto, pero a estas alturas de la noche, a quién le importa eso, se preguntó en algún momento. Además, recordó que en la cafetería ella le había dicho que antes de que acabara esa noche sabría de qué se conocían y pensó que una chica como Emma nunca lo engañaría.
—¿Vamos al Corregidor? —sugirió Javi en su papel de anfitrión.
—¿Qué es eso? —preguntó Emma.
—Un pub —se rió él—. Se nota que no has estado mucho en Ourense.
—Sí, hace tiempo que no vengo por aquí.
Frente a la puerta del pequeño pub, Javi razonó que es una costumbre de buen caballero ceder el paso a una dama, y Emma entró primero. También razonó que ese podía ser un momento idóneo para acariciarle la espalda de manera discreta y, desde luego, no pensaba desaprovechar la ocasión. La chica le dejó hacer.
Una vez dentro, Emma dirigió una atenta mirada examinando el largo y oscuro local:
—¿Vamos al fondo? Aquí hay mucha gente —dijo.
En efecto, pese a ser lunes, un buen puñado de jóvenes se concentraba en la primera mitad del local, donde el camarero servía bebidas al mismo tiempo que se afanaba en pinchar a un volumen considerable las canciones de moda. A Javi le pareció buena la idea de Emma.
—Ve yendo mientras yo pido —logró hacerse oír entre la música—. ¿Qué tomas?
—Un agua —La tercera en la noche.
—No bebes mucho...
Emma sonrió de nuevo y se encaminó hacia el final del pub, mientras el chico pedía en la barra. Cuando Javi llegó con las bebidas, Emma seguía inspeccionando aquel sitio:
—¿Ahí están los baños? —le preguntó señalando dos puertas que había frente a ellos.
—Sí.
Emma se acercó y pareció dudar sobre cuál elegir. Abrió la de caballeros, echó un vistazo, reculó y, al final, entró en el de señoras. Salió a los pocos segundos, entre la extrañeza y las risas del chico:
—Solo quería comprobar una cosa —se explicó ella, rozando la oreja de Javi con sus labios mientras hablaba.
—¿El qué? ¿Cómo son los baños?
Emma no contestó. Se limitó a avanzar unos pasos hacia delante y comenzar a bailar suavemente al son de la música. Javi la observaba detenidamente desde su espalda, sin temor a que ella considerara inadecuada su lasciva mirada. Luego dejó su copa sobre el vasar que estaba a su lado y se recogió el pelo en una coleta. Cuando quiso buscar con su mirada de nuevo a la chica, esta ya se había acercado y estaba frente a él:
—Pensé que serías más lanzado.
El chico palideció. Más por la cercanía de ella que por sus propias palabras.
—Es que no me gusta forzar las cosas —intentó disculparse.
—No tienes que forzar nada, simplemente dejar que ocurran.
Javi entendió. Era imposible no hacerlo, incluso para alguien como él. La misteriosa mujer a la que hacía tan solo unos minutos le había robado una caricia en la espalda ahora le estaba abriendo las puertas de su intimidad de par en par. Pero esa era una situación que no había previsto. El chico balbuceó:
—Voy un momento al baño. Tengo ganas de...
—¿Quieres que te acompañe?
Él no supo qué responder. Se limitó a no perder detalle de lo que estaba escuchando.
—Los chicos no sabéis sacudirla al acabar, y siempre os olvidáis de la última gota, no es agradable.
Javi comprendió ahora aún más de lo que antes había comprendido. Se sentía desbordado, pero tampoco era cuestión de frenar una situación como aquella, pensó. Emma se abrazó a su cuello y le susurró al oído:
—Nadie nos ve.
Luego soltó el cuello del chico, cogió su bolso y agarrando de la mano a Javi, lo guió hasta el baño de señoras, cerrando la puerta tras de sí. Ya dentro, él se puso frente a la taza y se bajó levemente los pantalones. Al fin y al cabo, era lo que siempre hacía cuando iba al baño. Ella pegó su pequeño cuerpo contra su espalda:
—No creo que pueda así —razonó él.
—Relájate, estamos solos.
No se relajó. Quiso volverse, pero Emma lo evitó colocando también sus dos manos en la espalda del chico.
—No, no te muevas —le indicó ella, al tiempo que iba subiendo sobre el cuerpo de Javi hasta acariciar su cabeza.
Él obedeció. Inmóvil, notó como una de las manos de la chica dejaba de tocarlo, a la vez que la otra se había parado en su coleta, teniendo la sensación de que amenazaba con tirar de ella.
—¿Por qué me agarras la coleta? —protestó con el tono de un bebé disconforme.
No pudo decir más. Sintió un fuerte tirón hacia atrás, y un desgarro en su cuello. Un corte rápido, seguro, firme, de izquierda a derecha. Luego, dolor, humedad, la imposibilidad de hablar, de gritar, y finalmente la luz se transformó en tinieblas.
Cuando todo había acabado, Emma dejó caer el cuerpo despacio, hasta el suelo. Ni siquiera se molestó en subirle los pantalones. Tan solo sacó una pelota de golf de su bolso y se la incrustó cuidadosamente en la boca. Luego comprobó con mimo que ni una sola gota de la sangre de Javi le había alcanzado, ni siquiera en la suela de sus zapatos. Todo en regla, pensó. Por último, lo miró detenidamente, tomándose su tiempo, casi saboreando su obra.
—Estúpido hijo de puta —murmuró para sí.
Después, se dio la vuelta, cogió aire y abrió levemente la puerta, observando el exterior por la estrecha rendija. Pudo ver que una de las chicas que estaba en la entrada ahora esperaba turno para usar aquel baño, apoyada en la pared. Un problema, pero por lo demás, todo despejado. Volvió a cerrar y se alborotó ligeramente el pelo delante del espejo. Poco después salió con decisión, cerrando la puerta tras de sí. En cuanto estuvo fuera, la chica que esperaba hizo ademán de entrar pero Emma la agarró del brazo, cuando ya iba a abrir la puerta:
—Aún está dentro mi novio —le advirtió.
La chica dejó escapar una expresión de disconformidad. Al fin y al cabo, aquel era el baño de señoras y ella tenía prisa. En cualquier caso, esperaría.
Emma volvió al lugar que había ocupado antes en el pub. Introdujo discretamente su botella de agua en el bolso y se encaminó hacia la salida, con tranquilidad. En la entrada, los chicos seguían hablando con el camarero, apuraban sus copas y reían entre ellos. Ninguno reparó en Emma. Cuando ya estaba traspasando la puerta de entrada, un grito estremecedor se oyó a su espalda, venciendo a la música. Tanto, que no volvió a sonar en toda la noche.


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1 comentario:

Evanir dijo...

Bom Dia:Estou feliz por ter encontrado seu blog saber o quanto já escreveu isso com certeza da bom animo e nos incentiva a continuar também..
Meu primeiro livro foi publicado no Ano passado.
Estou escrevendo o segundo ,
mais é cansativo coisa , que poucos sabe .
Quando estamos escrevendo mudamos para nosso mundo interior .
A viagem é linda perdemos horas de sono sem pensar no depois.
Parabéns pela linda caminhada.
Feliz final de semana beijos,Evanir.