Versión libre del cuento
“Caperucita roja”
de Charles
Perrault
Este
cuento hace referencia a los inicios como cantante de Malú, una de las mejores
voces de España. O, al menos, una de las que más seguidores tiene. Pero cuando
comenzó en esto de la música, siendo sobrina de quién es (Paco de Lucía), no
tuvo problemas no solo para firmar con una gran discográfica (Sony) sino que
incluso provocó que tanto Alejandro Sanz como Miguel Bosé se disputaran más o
menos privadamente su apadrinamiento musical. No sabemos si por subir enteros
en su discográfica, por simple peloteo a su tío o por la belleza de la chica,
que también es posible. Al final, he de decir que fue Sanz el que se llevó el
gato al agua, al menos, musicalmente hablando. Del resto, si algo hubo, nada se
supo.
Dice este cuento que había una vez, en
un lugar no muy lejano, una niña muy guapa llamada Malú, que se pasaba todo el
día cantando. Como todavía era una niña muy pequeña, su madre le había hecho
una capa roja muy graciosa para que no pasara frío al salir de casa. Era tan
graciosa, que muchas veces Malú dejaba de cantar para mirarse al espejo a
escondidas, y se veía tan guapa y estaba tan orgullosa de su capa, que casi no
la apeaba. La llevaba tan a menudo que todo el mundo en el pueblo acabó por
llamarle "Caperucita Malú".
Pero un día su madre, viendo que cada
día que pasaba le gustaba más cantar, le pidió que le llevara unos ricos
pasteles a la abuelita Sanz, que vivía en el otro extremo del bosque Sony.
Tenía la confianza de que, agradecida por el regalo, decidiera escribir para
Malú alguna canción. La abuelita Sanz era una vieja solitaria que, recluida en
su casa solía agudizar su imaginación para componer grandes canciones, de tal
manera que en el bosque era conocida por el éxito que cosechaba siempre cada
una de sus composiciones.
Eso sí, antes de salir Caperucita Malú,
su madre le recomendó que por nada del mundo se parara en el camino, pues
aunque este bosque era muy bonito, también era muy peligroso, puesto que en él
habitaba un lobo muy fiero y, siendo como era una niña pequeña y desvalida,
podría ser fácilmente atacada por él.
Una vez oídas todas las advertencias de
su madre y muy ilusionada, cogió la cesta con los pasteles y se puso en camino
a la casa de la abuelita Sanz. Caperucita Malú tenía que atravesar todo el
bosque, desde un extremo al otro, pero a pesar de todo lo que le había dicho su
madre no le daba miedo porque sabía que allí también se encontraría con muy
buenos amigos: los pájaros, las ardillas, las mariposas... pero además, como ya
había llegado la primavera, el bosque lucía especialmente bonito, el camino
estaba rodeado de flores de embriagadora fragancia y los árboles ya habían
acabado de renovar sus hojas y elevaban sus ramas como si quisieran tocar el
cielo con ellas.
Iba Caperucita Malú disfrutando de todo
esto cuando, de repente, vio al enorme y fiero lobo Bosé parado delante de
ella, y mirándola fijamente:
—¿A dónde vas, niña? —le preguntó el
lobo con su ronca voz.
—A casa de mi abuelita —apenas pudo
balbucear Caperucita Malú, sintiendo como el miedo la paralizaba.
No está lejos su casa, pensó el lobo.
Luego, la miró fijamente durante un segundo y, sin mediar más palabra, se dio
media vuelta y se marchó por donde había venido.
En cuanto se repuso un poco del susto,
Caperucita Malú reemprendió la marcha y como quiera que, pese a no entender su
reacción, estaba segura de que el lobo se había marchado, incluso decidió coger
algunas de las preciosas flores que la rodeaban porque sabía que la abuela Sanz
se pondría todavía más contenta si, además de los pasteles, también le llevaba
un bonito ramo de flores.
—El lobo se ha ido —se dijo—, ahora ya
no tengo nada que temer.
Pero lo que no imaginaba Caperucita Malú
es que mientras ella recogía aquellas bonitas flores, el lobo Bosé se había ido
a casa de la abuelita Sanz. Cuando llegó, llamó muy suavemente a la puerta y la
anciana, abstraída en la nueva canción que estaba componiendo en esos momentos,
le abrió sin imaginarse quién era.
El lobo Bosé no perdió tiempo ni en
cerrar la puerta. Primero, devoró a la abuelita Sanz de un bocado y, acto
seguido, se puso la ropa de la desdichada anciana, se metió en su cama y cerró
los ojos haciéndose el dormido, con la seguridad de que su próxima víctima no
tardaría mucho en llegar.
Ciertamente en pocos minutos llegó
Caperucita Malú toda contenta y cargada con los pasteles de su mamá, y con las
hermosas flores que había estado recogiendo. La niña, viendo la puerta abierta,
entró y buscó a la abuelita por toda la casa. Cuando la vio en la cama, se
acercó pero enseguida notó que su abuela estaba muy cambiada.
—Abuelita, abuelita... ¡qué ojos más
grandes tienes! —le dijo Caperucita Malú extrañada.
—Son para verte mejor —respondió el lobo
Bosé tratando de imitar la voz de la abuela con bastante poco éxito.
La niña no quedó muy convencida con la
respuesta y continuó preguntando:
—Abuelita, abuelita… ¡pero qué orejas
más grandes tienes!
—Son para oírte mejor —dijo ahora el
lobo.
Pero Caperucita Malú, como cada vez
estaba menos convencida, siguió insistiendo:
—Ummmm… abuelita, abuelita, ¡qué dientes
más grandes tienes!
—Son para… para… ¡para comerte
mejooooooor!
Y diciendo esto, el malvado lobo Bosé se
abalanzó sobre nuestra pequeña e indefensa niña y también la devoró de un solo
bocado, como ya antes había hecho con la anciana.
Mientras esto sucedía, un leñador que
había visto llegar al lobo a casa de la abuelita Sanz, y sospechando de las
malas intenciones del lobo se había quedado por allí, decidió que era hora de
entrar a ver si todo iba bien en la casa.
Se encontró con que la puerta estaba
abierta, y una vez que llegó a la habitación, descubrió al fiero lobo Bosé
tumbado en la cama y profundísima dormido de tan harto que estaba. Haciendo el
menor ruido posible, Pacodelucía, que así se llamaba el astuto leñador, sacó un
enorme y afiladísimo cuchillo y rajó el vientre del lobo de un tajazo tan fino
que el Lobo Bosé ni siquiera se despertó.
La abuelita Sanz y Caperucita Malú, al
instante, salieron de dentro de la barriga del lobo, ¡vivas!, porque era tanta
la glotonería del Lobo Bosé que ni siquiera se había parado a masticarlas...
¡¡¡se las había tragado enteras!!!
Para castigar al malvado lobo, y una vez
que Caperucita y la abuelita se pusieron a salvo, el cazador le llenó el
vientre de piedras y lo volvió a cerrar con mucho, mucho cuidado. Cuando el
lobo despertó de su pesado sueño, sintió sed y se dirigió a un estanque próximo
para beber. Pero como las piedras pesaban mucho, al inclinarse para beber, cayó
en el estanque de cabeza y se ahogó.
En cuanto a Caperucita y a su abuelita,
en el fondo, no sufrieron más que un gran susto, pero la niña había aprendido
la lección. Prometió solemnemente no fiarse nunca de ningún desconocido que se
encontrara en su camino. De ahora en adelante, siempre seguiría las juiciosas recomendaciones
que su mamá y de la abuelita Sanz, que en agradecimiento por el riesgo que
había corrido para llevarle comida y en honor a la lección que ese día había
aprendido Caperucita le escribió una canción muy significativa...
"Aprendiz", con la que pronto Caperucita Malú comenzó a ser conocida
como cantante.
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