MARTES SANTO
Capítulo Nueve
Sebas se apeó del coche y
miró su reloj, las siete en punto. No era que lo esperase alguien o que tuviera
que entrar necesariamente a esa hora, no, pero a él le gustaba llegar a las
siete en punto a la empresa. Siempre había sido una persona ordenada, pero
desde que había inaugurado su empresa, mucho más. La buena marcha de su negocio
se había convertido en un reto personal desde el primer día. Habitualmente
sostenía que su orden y puntualidad le permitían ahorrar un empleado y, por
consiguiente, su sueldo. Algo imprescindible para cuadrar las cuentas, por lo
que no pensaba cambiar.
Abrió la persiana de
entrada, encendió todos los interruptores de electricidad de un impulso y se
dirigió a su despacho, con algunas de las galletas que había cogido en casa aún
en la mano. Conectó la cafetera y marcó un café solo, bien cargado. Dejó las
galletas al lado del aparato. Luego fue hasta su mesa y repasó los pedidos que
debían entregar ese día. Se realizarían sin falta, puesto que nunca incumplían
un plazo. También ojeó las entradas de material que esperaban recibir, menos de
las habituales al estar en Semana Santa.
En el fondo, en eso
consistía su actividad: en recibir todo tipo de materiales de desecho y
convertirlos en material granulado. En solo un año de vida habían adquirido
gran notoriedad en la provincia y les enviaban desde papel hasta complejas
estructuras metálicas. Era una empresa en auge, con escasa competencia y que
gozaba de gran prestigio en la provincia por la seriedad con que trabajaban.
Cuando ya había hecho esto,
se acercó a la cafetera y se sirvió el café, que llevó hasta su mesa junto a
las galletas. No pudo evitar pensar que bien valía la pena tener que desayunar
allí a cambio de contemplar a María un rato mientras dormía. Sin duda, ese era
uno de los mejores momentos del día para él. Se metió una de las galletas en la
boca y removió lentamente el café. En cuanto acabó, se levantó y salió a
encender las máquinas.
Una vez hecho esto, regresó
a su despacho.
—Buenos días, jefe —le
gritó José, apareciendo por la puerta al mismo tiempo que empezaba a sonar el
teléfono de Sebas.
—Buenos días. Cámbiate y
después ven a la oficina que te doy la tarea para hoy.
—¿Hay mucho trabajo?
—No, hoy hay poca cosa
—respondió Sebas mientras descolgaba—. Estamos en Semana Santa...
—Ahí tienes un encargo
nuevo —replicó José refiriéndose a la llamada, a la vez que entraba en el
vestuario.
Sebas contestó al teléfono
con desgana. La verdad es que deseaba menos incluso que sus empleados que
aquella madrugadora llamada le trajera trabajo urgente. En su interior,
albergaba la esperanza de poder regresar a casa pronto. María le estaría
esperando desde las dos.
—Reciclajes Covelo, dígame.
—Buenos días, ¿don
Sebastián Covelo, por favor? —preguntó una voz femenina al otro lado.
—Sí, soy yo.
—Buenos días. Soy Emma
Pérez, de la correduría.
—¿De la correduría...? —se
quedó pensando un momento Sebas—. ¡Ah, sí! De los seguros. De la agencia de Jaime,
¿no?
—Exacto. Le llamo porque me
gustaría pasar a visitarle hoy a la mañana.
—¿Y Jaime no está?
—preguntó, mientras saludaba con la mano la llegada de sus otros dos empleados.
—No, se ha tomado esta
semana de vacaciones, aprovechando que ahora somos dos en la correduría. La
verdad es que las necesitaba.
Cierto, siempre había
pensado que aquel hombre trabajaba demasiado.
—¿Trabaja usted con él?
—Sí, desde hace un mes.
Jaime se ha dado cuenta de que debe atender mejor a sus clientes y me ha
encargado que visite durante esta semana a los más importantes. He estado
estudiando personalmente su caso y creo que puedo ofrecerle una póliza más
económica sin perder coberturas o, en su defecto, incluir una mejor prestación
contra un hipotético robo.
—Eso suena interesante.
—Lo es, créame. Por eso le
he llamado. De todos modos, me gustaría poder actualizar sus datos antes de
configurar un nuevo presupuesto a su medida. No le robaré mucho tiempo.
—Bueno, hoy a la mañana
estaré aquí. Puede pasar a la hora que desee —Como decía ella, no debería
entretenerlo mucho aquella cita. Sus planes de salida rápida seguirían en pie.
—Pues si le parece bien,
quedamos dentro de una hora. Hoy tomaré unos cuantos datos, y la semana
próxima, le visitaré con más calma a fin de presentarle todas las opciones que
podamos ofrecerle. Usted tiene siempre la última palabra.
—Le espero entonces para
dentro de una hora —concluyó él.
A Sebas le agradaba lo que
aquella mujer le estaba proponiendo, pero sobre todo, la determinación y profesionalidad
que demostraba al otro lado del teléfono. Qué perro viejo es Jaime, pensó, se
ha buscado una buena colaboradora, eficiente y simpática. También se preguntó
si además sería guapa. En todo caso, se conformaba con que su trabajo le
permitiese ahorrar algunos euros.
En cuanto colgó el
teléfono, fueron desfilando por su despacho los tres empleados, uno a uno.
Apenas dos minutos más tarde, ya había acabado de encomendarles el plan de
trabajo para la mañana. Si todo iba como había previsto, a la una los tres
podrían dedicarse a repartir pedidos. De este modo, todos acabarían el trabajo
de aquel día sobre las dos y media. Él contactaría con los clientes y atendería
a la mujer.
Un plan perfecto.
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