lunes, 13 de enero de 2014

LA PRESUMIDA RATITA RIHANNA (cuento incluido en "El día que Blancanieves cogió su guitarra")


 
Versión libre de
“La ratita presumida”
 de Charles Perrault

Hace unos años, cuando Pitbull todavía era el rey del crank cantando asiduamente con su amigo Lil´John, Timbaland el gurú de las colaboraciones y David Bisbal comenzaba a despuntar en la música, Rihanna se separaba del prometedor rapero Chris Brown a raíz de un violento ataque de celos de este último. Con el paso del tiempo, la sociedad americana dictó sentencia, y mientras Chris Brown cosecha fracaso tras fracaso desde aquel día, Rihanna siguió con su exitosa carrera artística. Aunque yo siempre he tenido otra teoría. En realidad, creo que lo que ocurrió fue que Chris Brown convenció a las mujeres americanas de que era el más fiel ejemplo de marido que ninguna querría tener aunque seguramente muchas de ellas si tienen... mientras Rihanna, merced a una colaboración de dudoso gusto con Eminen, su promoción de múltiples juguetes sexuales de no pocos miles de dólares y una morbosa cara de fíjate que buena soy, pero si me miras más de diez minutos seguidos, me verás hacer cosas muy, muy malas, ha conseguido colarse discretamente en los más prohibidos y perversos sueños de todos los maridos de la siempre particular sociedad americana.

Dice este cuento que había una vez una ratita muy, muy presumida, que se llamada Rihanna. Vivía nuestra pequeña amiga en una bonita isla del Caribe, en donde era famosa por su exótica belleza, por su gran afición a cantar… pero, sobre todo, era archiconocida entre sus vecinos por su insoportable coquetería. Se creía Rihanna digna de una mejor vida, en la que gozaría de la admiración de hombres y mujeres, disfrutaría de los más grandes lujos y por qué no... también tendría el amor de un guapo marido que la halagara a diario en la medida que ella creía merecer. “Solo necesito salir de aquí para volar hacia las más altas metas...”, pensaba a menudo nuestra ratita.

Así un día, estaba cantando en su humilde casita cuando, de repente, Rihanna vio algo en el suelo que brillaba... “¡¡¡una moneda de oro!!!”. Inmediatamente y muy ilusionada, la recogió con cuidado y se puso a pensar en las cosas que podría comprar con esta moneda:

—Ya sé, me compraré caramelos —dijo en alto—. Huy no, que me quedaré sin dientes. Ummm… mejor, mejor, me compraré unos ricos pasteles... huy no, no, que engordaré y perderé mi fina silueta. Ummm… ya lo tengo, me compraré un billete de avión… quizá sea suficiente para irme a vivir a un país grande y famoso desde donde todo el mundo pueda admirar mi linda voz y mi inigualable belleza…

Sin perder tiempo, la ratita se guardó su moneda en el bolsillo, y muy decidida, se fue al cercano aeropuerto de su pequeña isla. Confiando en su buena suerte, pidió que le vendieran un billete de avión con destino al más grande y más rico de los países que hubiera en el mundo. Preocupada como siempre estuvo por cuidar su imagen y por sus ansias de gloria, no sabía Rihanna que ese país estaba casi al lado de su pequeña isla, la cual ahora ya empezaba a ver hasta fea y vulgar.

Una vez que tuvo el ansiado billete en sus manos, volvió a su casita, pues el avión no salía hasta el día siguiente. Esa noche apenas pudo dormir un par de horas con la emoción, pero en ese tiempo, soñó que se convertía en una famosa cantante, que todo el mundo admiraba su belleza cada vez que salía a un escenario y, por descontado, que era la envidiada esposa del mejor y más dulce marido que cualquier mujer pudiera desear. Sí, definitivamente, su suerte había cambiado, pensó aquella noche.

Al día siguiente, nada más amanecer, nuestra presumida ratita se levantó muy temprano, eligió su mejor vestido y, sin perder tiempo, se fue al aeropuerto con su flamante billete en la mano. Efectivamente, el viaje era corto por lo que, al poco tiempo de despegar, ya estaba aterrizando en su nuevo país.

Allí se sentía feliz, todo eran posibilidades y enseguida sus canciones comenzaron a sonar con fuerza en las principales radios. La gente las bailaba en todo el mundo, los críticos musicales la incluían entre las más grandes artistas del momento y, paralelamente a ello, Rihanna se fue convirtiendo en la soltera más deseada del panorama musical. Muchos cantantes famosos querían casarse con ella y algunos hasta se atrevían a pedirle solemnemente matrimonio, pero nuestra ratita, como era muy presumida y pensaba que se merecía a alguien muy especial, al mejor marido que pudiera existir en el mundo, no dudaba en poner déspotamente a prueba a cuanto pretendiente llamaba a su puerta.

Por eso, cuando llegó para cortejarla un gallo llamado Bisbal, se acercó hasta ella y le dijo muy ilusionado:

—Ratita, ratita... tú que eres tan bonita y cantas tan bien, ¿te quieres casar conmigo?

—No sé, no sé, no sé —le respondió ella con cierta indiferencia—. ¿Tú en nuestras noches de amor, cómo me cantarías?

Y el gallo, sin pensárselo dos veces, tomó aire y se arrancó a cantar con todas sus fuerzas:

Bulería, bulería...

Rápido lo cortó la ratita:

—Ay no, no, cállate... contigo no me casaré, me asustas... y cómo gritas... no te soporto.

Según se fue el gallo triste y cabizbajo, apareció raudo y veloz el perro Pitbull para intentar aprovechar su oportunidad:

—Ratita, ratita... tú que eres tan bonita y presumida, ¿querrás casarte conmigo?

Pero la ratita no se impresionó por el ímpetu de su nuevo pretendiente y le dijo:

—No sé, no sé, ¿tú en nuestras noches románticas, cómo me cantarías?

No se hizo esperar el perro:

Culo... ella tiene un tremendo culo...!!!

La ratita al oírlo, y casi ofendida, respondió:

—Ay no, contigo no me casaré... no me gusta la letra de tus canciones. Y además, no las has escrito para mí, porque todo el mundo sabe que mi culo no es grande sino fino y sensual... ¡¡¡Márchate!!!

Se fue Pitbull con cara de no entender nada pero, al instante, ya apareció el cerdo Timbaland todo decidido:

—Ratita, ratita, tú que cantas tan bien y eres tan presumida, ¿te quieres casar conmigo... yo soy el animal más admirado del mundo?

Pero la ratita lo miró de la cabeza a los pies y le dijo:

—No sé, no sé, ¿y tú por las noches cómo me cantarías?

Eink, eink... eink, eink…

Se arrancó Timbaland para crear ambiente pero, cuando iba a comenzar a rapear, ya la ratita lo había cortado:

—Ay no, cállate, cállate… contigo no me casaré, que ese ruido es muy simple… y además no me gustas.

Desapareció el cerdo Timbaland por donde vino y llegó sigilosamente el gato Chris Brown, que viendo cómo se comportaba Rihanna con todos sus pretendientes, se acercó lentamente a nuestra presumida ratita y le dijo con voz aduladora:

—Ratita, ratita, tú que eres tan bonita, tan sensual y cantas mejor que nadie, ¿querrás casarte conmigo?

—No sé, no sé, ¿tú cómo me cantarás en nuestras noches de amor?

Y el gato con su voz más suave y dulce le cantó, casi susurró, al oído:

Oh girl!... I don´t want nobody else,... without you, theres no one left then,...

—Ay sí, contigo sí me casaré... que tu voz es muy dulce y tu cara muy bonita.

Temiendo los peligros que le acecharían en el bosque de noche, decidió que tenía que tomar unas raras hierbas con las que estaría a salvo. Ya las había tomado otras veces y sabía que, con ellas, conseguiría que se agudizaran enormemente todos los instintos y sentidos que tienen los gatos... porque, al fin y al cabo, él era un gato —no nos olvidemos—, y un gato no teme ni a la noche, ni a los bosques oscuros. Efectivamente, Chris tomó muchas, muchas hierbas y consiguió alcanzar la casa sano y salvo, siendo el gato más gato de todos los gatos:

—Mi vida vale más que nada y nadie en el mundo, no puedo arriesgarme a ser vulnerable en un bosque lleno de tinieblas y peligros —se había dicho en el bosque.


Así fue como la presumida ratita Rihanna, en una noche que estaba guapa y radiante esperando a su amado, cruelmente descubrió el fatal error que había cometido en su elección. Porque cuando Chris entró en casa, después de haber sorteado con destreza los grandes peligros del bosque, no pudo reprimir su agudizado instinto y se lanzó a la cruel caza de nuestra presumida ratita Rihanna. Afortunadamente, y después de una dura lucha, pudo esconderse y ponerse a salvo, y hasta escapar poco después a su preciosa isla natal durante una temporada para recuperarse del susto. Pero, sin duda, había descubierto de la peor manera posible que, cegada por su soberbia, había elegido como marido ideal al mayor enemigo que siempre puede tener todo roedor… un gato.



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