miércoles, 26 de junio de 2013

MUERTE SIN RESURRECCIÓN cumple un año!!!


Hola a todos.

Como he venido diciendo últimamente, este mes se cumple un año que publiqué por primera vez mi novela MUERTE SIN RESURRECCIÓN, concretamente fue el día 30 de Junio de 2012 cuando salió a la venta en Amazon como eBook.

Dicha celebración constará de tres partes:

1) En primer lugar, el día 30 celebraré un sorteo de 4 ejemplares físicos entre los amigos y seguidores que tengo en Twitter, Facebook, Google+ y Goodreads, uno por red. Es decir, un libro entre la gente que me sigue en Twitter y se apunta, otro entre la que me sigue en Facebook, y así sucesivamente. Este sorteo será internacional.

2) Una nueva edición, tanto en eBook como en papel, que estará disponible a partir de ese día 30. He pensado que era el momento de retomar los archivos y volver a editar la novela para que el resultado final sea lo más parecido posible a un libro de editorial.

3) Por último, he decidido que la nueva edición de novela esté como promoción desde el día 1 y hasta el 15 de julio, al precio de un euro en formato eBook y a nueve euros en papel en todo el mundo.

Requisitos para el sorteo:

1.-Debéis dejar un comentario en esta entrada diciendo en cuáles de los cuatro participáis.

2.-Es imprescindible que dejéis el link a vuestro perfil para que yo lo pueda comprobar (algo lógico).

3.-Mis perfiles son:

- Twitter: (se requiere ser seguidor) 

- Facebook: (ser amigo o seguidor) 

- Goodreads: (ser fan, abajo a la izquierda) 

- Google+: (haberme incluido en vuestros círculos) 

4.-Al final de esta entrada colocaré la lista de cada uno, que iré actualizando una vez al día.

5.-Los cuatro sorteos los realizaré por el sistema de Random y colgaré los vídeos aquí en el blog y en las cuatro redes sociales.

6.-El plazo para apuntarse acaba el 30 de junio a las doce de la noche (hora española).

7.-Los participantes son: 


TWITTER:

1. Loli elmisteriodelasletras

2. K@ry
3. Javier R. Porras
4. Muntsa Barna
5. Fuencisla Talens Galicia
6. Yolanda Martín
7. Domenicus
8. Maria Esther Borrero
9. Nadia de nada34 
10. Helltop
11. Ramos Montse
12. Elvira Villaseñor
13. Elmer D. Escoto R.
14. Diana Ivett Sánchez
15. Kyosuke
16. Patry Fernández
17. Virginia Vir
18. Rixard
19. Luisa Menargues Polo
20. JositoZ

FACEBOOK:

1. K@ry

2. Muntsa Barna
3. Fuencisla Talens Galicia
4. Yolanda Martín
5. Rosa Espiñeira
6. Maria Esther Borrero
7. Jordi Cambra
8. Patry Fernandez
9. Virginia Vir
10. Luisa Menargues Polo
11. Iñaki Murua

GOODREADS:

1. K@ry

2. Muntsa Barna
3. Maria Esther Borrero
4. Jordi Cambra
5. Domenicus

GOOGLE+:

1. K@ry

2. Loli elmisteriodelasletras
3. Muntsa Barna
4. Fuencisla Talens Galicia
5. Yolanda Martín
6. Rosa Espiñeira
7. María Esther Borrero
8. Jordi Cambra
9. Domenicus
10. Elmer D. Escoto R.
11. Virginia Vir
12. Rixard
13. Luisa Menargues Polo
14. Iñaki Murua




Cualquier duda que tengáis podéis escribirme al correo:  roberto.mtnez.guzman@gmail.com

Suerte y gracias!!!

lunes, 24 de junio de 2013

Muerte sin resurrección (1os capítulos): Cap. OCHO



MARTES SANTO
Capítulo Ocho


Sebas miró en la penumbra a María y pensó cómo sería su vida en soledad, sobreviviendo sin la compañía de aquel delicado cuerpo que cada mañana lo acompañaba al despertar. Sabía que en el mundo había almas tristes, seres sin alegría ni ilusión que, de tanto guardarse su amor, habían acabado por olvidar que ese era el bien más preciado que podían ofrecer. También sabía que hasta hacía tan solo dos años, él había sido una de esas almas, perdido por mundos de mentira, sin sospechar que su actual vida no solo podía existir sino también estar a su alcance.
Recién salido de la ducha y con su cuerpo aún húmedo, se sentó en la cama y observó a su joven mujer mientras dormía. Acarició su pelo despeinado por la almohada y como siempre deseó poder quedarse a contemplarla, poder recorrer con la yema de sus dedos las curvas de su rostro y acompañarla en su lento despertar, saborear cada rasgo de su cara, cada expresión y cada mirada. Hubiese dado varios años de su vida en aquel momento por poder seguir allí durante horas. En el fondo, por algo tan accesible que solamente tendría que esperar a que llegase el fin de semana para tenerlo.
Se levantó sin mover la cama y comenzó a vestirse, a prepararse para iniciar el nuevo día, sin dejar de escuchar el acompasado respirar de María. Luego regresó al baño. Allí se afeitó y se peinó cuidadosamente. Cuando acabó, miró el reloj, las seis y media de la mañana. A las siete debía abrir su empresa y no podía perder tiempo.
De nuevo en la habitación, acercó sus labios a la suave cara de María, a modo de despedida. La besó dulcemente y la chica abrió levemente sus ojos. Casi todos los días lo hacía en ese momento:
—¿Ya te vas? —preguntó con voz somnolienta.
—Sí, se me está haciendo tarde.
—¿Has desayunado?
—No, no me da tiempo.
—Nunca desayunas. No puedes ir a trabajar en ayunas.
—Ya como algo en la empresa, no te preocupes. Cierra los ojos, aún puedes dormir una hora más —le susurró al oído, mientras volvía a besarla.
—Te quiero, cariño.
—Yo también.
María dio una vuelta en la cama y cerró los ojos bajo la enamorada mirada de su marido. En cuanto esto sucedió, Sebas apagó la luz del baño, cogió algunas galletas en la cocina de forma apresurada y se dirigió hacia la puerta de entrada.
Mientras esperaba el ascensor, en el silencio que se respiraba a aquella hora en el edificio, se metió en la boca una de las galletas, a la vez que repasaba mentalmente las tareas que debía realizar. Le gustaba tener todo en orden a las ocho, hora en que llegarían sus tres empleados. Todas las máquinas a punto, los encargos preparados y el trabajo de cada uno perfectamente programado.
Entró en el ascensor y marcó el sótano, un pequeño garaje vecinal cuya única luz no funcionaba desde el domingo. Estaba seguro de que así seguiría. La eficiencia no era la principal virtud del presidente de su comunidad, por eso era más que probable que el foco permaneciese eternamente fundido hasta que él mismo se decidiera a cambiarlo.
En cuanto llegó, dejó la puerta del ascensor abierta, aprovechando su luz. También encendió la pantalla de su móvil para poder iluminar levemente sus pasos hasta el coche, evitando dirigir su vista hacia los distintos automóviles estacionados a cada lado del pasillo central. Una vez dentro de su Opel Astra, activó de inmediato el mando del portalón de salida. Mientras este se abría, encendió el motor y los faros del vehículo, encaminándose hacia la salida sin perder tiempo.
Sebas intentaba mantener la calma, demostrarse a sí mismo que era absurda su actitud, pero lo cierto era que aquella situación le aterraba. La combinación de oscuridad y automóviles le acercaba hasta el presente siniestros recuerdos desde lo más escondido de su pasado. Episodios vitales superados, pero que le hacían sentir como un ser miserable delante del espejo y, de vez en cuando, provocaban que se despertase de noche en medio de alguna pesadilla.
En todo caso, pensó, eso era pasado: los muertos solo regresan en sueños, y yo debo vivir mi presente, mi extraordinaria vida actual junto a María.
Solo unas horas después, al mediodía, ya estaría de vuelta a su lado.





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lunes, 17 de junio de 2013

Muerte sin resurrección (1os capítulos): Cap. SIETE


LUNES SANTO
Capítulo Siete

Cuando a las cuatro de la madrugada el Citroën C4 de Eva paró en el centro exacto de la Plaza del Corregidor, una hilera de jóvenes esperaban de pie al lado de la entrada del pub, custodiados por un agente de uniforme. Entre ellos, sobresalía una chica rubia con la cabeza entre sus manos, sentada en el portal del viejo edificio colindante. A su lado, otro agente custodiaba la entrada evitando que pasara alguno de los escasos curiosos que se habían congregado en la plaza. Escasos porque, al fin y al cabo, el ambiente de la noche de un lunes no daba para mucho más.
Eva se bajó con cierta desgana del coche y se dirigió directamente al local. Nadie de los presentes en la plaza había reparado en su llegada, excepto el agente de la entrada, que no se molestó en pedirle la acreditación. Su rizada cabellera roja constituía para cualquier miembro del Cuerpo de Policía una presentación mucho más evidente que su propia placa reglamentaria.
—Buenas noches, inspectora Santiago —le saludó el policía—. Su compañero está dentro.
—Gracias agente y buenas noches.
Dentro del local, todas las luces estaban encendidas. Aquello ya no parecía un pub sino una cafetería de desayunos.
—En el baño de señoras —le gritó desde el fondo el subinspector Cruz, encargado inicialmente del caso—. Le han rajado el cuello a conciencia, desde un extremo al otro. Tremendo, un poco más y lo decapitan.
Eva fue a su encuentro y se paró frente a él.
—Me ha llamado el comisario y me ha encargado que lleve el caso —quiso aclarar antes de nada—. Ya sabes cómo es Míguez. Me dijo a viva voz: «Santiago, vaya usted allí. Es un asesinato y todo apunta a que buscamos a una chica. Usted es la indicada, sabrá cómo piensa esa mujer».
El subinspector Cruz, Antón, dejó escapar una sonrisa. Ella prosiguió:
—A veces tengo la sensación de que se cree que las mujeres somos un subgénero animal dentro de la raza humana que nos regimos por claves secretas. Me da alergia la noche y malditas las ganas que tengo de estar aquí. Pero sobre todo, no quiero que pienses que te he querido sacar el caso. Esto no ha sido cosa mía.
—No te preocupes, sabes que no desconfío de ti. Además, pienso que si te ha llamado, es simplemente porque lo que en principio parecía un homicidio ahora se está empezando a complicar un poco.
—¿Qué sabemos? —preguntó Eva, dando por concluido su descargo.
Antón abrió su pequeño bloc de notas:
—Pues la víctima es Javier Fernández Martínez, veinticinco años, residencia oficial en Lugo. Tenía la cartera encima: carnet de identidad,  una tarjeta de débito y algo de dinero. Por lo que aparentemente queda descartado el robo. También llevaba unas llaves, tabaco y un teléfono móvil, con un par de mensajes que nos pueden interesar. Apareció con el cuello rajado y una pelota de golf dentro de la boca.
—¿Antecedentes? —le cortó Eva.
—No, ninguno. Puede ser un estudiante, pero no está confirmado.
—Y sospechamos de una mujer...
—Sí. Por lo que sabemos, Javier llegó y estuvo todo el tiempo con una chica. Pero el problema es que a esta chica ya nadie la vio después. Es más, una de las clientas asegura que se cruzó con ella esperando para entrar al baño, y que cuando salió le dijo en tono sereno que su novio aún estaba dentro. Como le extrañó la situación, llamó para meterle prisa al supuesto novio y, al golpear la puerta, esta se abrió y ahí fue cuando descubrió el desaguisado. La pobre está destrozada.
Antón tomó aire y prosiguió, ahora en un tono más bajo:
—Pienso que la actitud de esta misteriosa mujer, y el hecho de que el cadáver apareciera con una pelota de golf dentro de la boca, la convierten claramente en sospechosa de asesinato —razonó, buscando la aprobación de su compañera.
Pero Eva no era una mujer de conclusiones precipitadas y no se dio por conforme, aunque sí pensó que quizá su compañero no estuviera del todo mal encaminado.
—Y el camarero, ¿qué dice? —preguntó.
—Lo ha identificado. Le suena la cara del chico, pero no como cliente habitual. Recuerda que le sirvió un cubata y un agua. El cubata es ese — dijo señalando al vasar de la pared del fondo.
—¿Y el agua?
Antón se encogió de hombros. Eva se fijó en el vasar. Después buscó con la mirada en los de alrededor. En la barra, por el suelo. Nada. Finalmente, se dio la vuelta y se dirigió al baño, ante la mirada de su compañero.
—Respira hondo antes de entrar... no es agradable —le advirtió él siguiéndola.
La inspectora no respondió, empujó la puerta con cuidado y vio el vómito que había a la entrada. Lo esquivó, avanzó un par de pasos y se fijó en el cadáver pálido y ensangrentado de Javi, tirado sobre su costado derecho. Observó toda la escena con detenimiento, tomándose su tiempo.
—¿Esto? —le preguntó a Antón, señalando el vómito con cierto desdén.
—Nada importante. Es de la chica que lo encontró. Ya te he dicho que se llevó la impresión de su vida.
—¿Seguro que es todo de ella?
—Sí, seguro. Se lo he preguntado y afirma que esa zona del baño estaba limpia cuando se abrió la puerta. Los chicos son todos amigos —siguió hablando ante el silencio de Eva, que parecía estar totalmente concentrada en el cadáver—. Estaban celebrando el cumpleaños de uno de ellos. Creo que no han bebido poco.
—Artilugio casero —se arrancó Eva en alto—, o un cúter a lo sumo. Fíjate en el centro del cuello, el corte es mucho menos limpio que en los lados —dijo, señalando al cadáver—. Tiene el pantalón abierto, casi bajado, pero no estaba teniendo relaciones sexuales. De ser así, lo tendría bajado por completo.
Luego se dio la vuelta, miró a Antón, después hacia la puerta, y comenzó a escenificar la acción:
—Si está orinando, y alguien abre la puerta, es imposible que le haga ese corte, porque a la fuerza, el chico se giraría para ver quién entra. Y si el móvil fuera sexual, el chico pretendiese forzarla y ella se defendió, él nunca le daría la espalda. En conclusión: entraron juntos, él se abrió los pantalones para orinar, y ella lo decapitó por detrás. La pelota se la colocó una vez muerto —concluyó—. Nadie en su sano juicio se mete una pelota de golf en la boca para orinar.
Después volvió a concentrarse en el cadáver del chico y sentenció:
—Entraron juntos y lo mató por sorpresa. Ahora tenemos que averiguar cómo llegaron a esa situación. ¿Qué dicen los mensajes de los que me hablaste? —le preguntó a Antón sin mirarlo.
—Son un par de SMS de un número desconocido, apuesto a que de Vodafone. En teoría, se los envió una vieja amiga para quedar con él. Pero, a tenor de sus respuestas, no sabía quién era ella.
—Bien —Eva pareció despertar de repente, saliendo del baño—, hay que moverse.
Se encaminó al centro del pub y comenzó a dar órdenes. Antón la seguía.
—Que alguien de paisano pregunte por los bares y pubs de la zona, aún no sabemos si eran pareja, si eran amigos... o si se odiaban a muerte. También hay que ponerse en contacto con los familiares. Aparte de darles la noticia, necesitamos saber dónde vivía este hombre y qué hacía aquí. De esta manera, también podremos comprobar en qué entorno se movía. Y otro agente que llame a Vodafone, con un poco de suerte la telefonista nos informará de quién es ese teléfono sin esperar a que llegue por escrito. Creo que su propietaria va a tener que darnos alguna explicación.
Antón tomaba nota de todos los encargos.
—Y luego, a ver si hay suerte y la autopsia nos dice algo más que no sepamos —concluyó.
—¿Y las huellas? Habrá dejado alguna... —razonó él.
—Sí, que las busquen. Pero olvídate, es un pub, habrá miles.
Dicho esto, continuó:
—Ponte en marcha con eso y luego nos vemos en comisaría —Antón asintió con la cabeza—. Yo me quedaré aquí un rato a interrogar a los testigos y después me llevaré a la chica para que vea alguna foto —se tomó un respiro—. Eso, si está en condiciones.
Se encaminó hacia la salida.
—Odio tener que lidiar con niñatos borrachos —murmuró por el camino.

Tres horas más tarde, Eva ya estaba en comisaría. Delante de ella y sentada frente a su mesa, la joven testigo se esforzaba por reconocer entre cientos de fotos a aquella misteriosa mujer con la que se había cruzado hacía apenas unas horas.
—¿Otro café? —le preguntó Eva.
—No, no, pero estoy algo cansada.
De todos modos, debía seguir viendo fotos. Eva ya había hablado con los padres del muchacho, recién llegados de Lugo, y que habían identificado el cadáver entre llantos. También sollozando le habían asegurado que Javi no tenía relación con el mundo de las drogas, ni una novia conocida. No tenían idea alguna de quién podía querer verlo muerto. Tan solo hablaron de una mujer desconocida que aquella misma mañana había llamado para preguntar si Javi estaría ese día en Lugo o en Ourense.
Otra vez, todo confluía en la misma misteriosa mujer. Eva se sentó en su sillón, esperando la llegada de su fiel compañero, con la confianza de que trajera buenas noticias.
No las trajo. Antón asomó tímidamente su cabeza por la puerta y le hizo una seña a Eva para que saliera al pasillo. La conversación no duró más de medio minuto. Luego entraron los dos y ella se dirigió a la chica con cara de preocupación:
—Sara, vete a casa cariño —le dijo.
—Puedo seguir, no me importa —contestó levantando la vista de las fotos.
—No, da igual, no creo que esté ahí —prosiguió—. Márchate a casa y descansa. Si necesitamos algo, ya te llamo. Gracias por tu colaboración y siento mucho la noche que has tenido que pasar.
La chica se levantó y Antón ocupó su lugar delante de Eva. Esta descolgó el teléfono pensativa:
—Soy Santiago, que un agente acerque a su domicilio a la chica que está saliendo.
Luego colgó, se dejó caer en el sillón, y centró su atención en Antón. Era el momento de cambiar de turno, completar el informe del caso e irse a casa. También de hacer balance:
—¿Así que el teléfono desde el que le enviaron esos mensajes a Javier está a nombre de una señora domiciliada en Vigo? —preguntó Eva.
—Sí. Un móvil de tarjeta, comprado hace casi cuatro años y registrado a nombre de Aurora Santiso Varela, 61 años, sin antecedentes y domiciliada en la calle Marqués de Valterra de Vigo. En este tiempo no han realizado llamadas con él, pero han tenido la delicadeza de ir recargándolo periódicamente para que la compañía no lo diera de baja.
—Eso es lo que me extraña. Me da la sensación de que la asesina ha conseguido ese teléfono a nombre de alguien con quien no la podamos relacionar, y por eso lo ha mantenido activo todo este tiempo. Y lo peor de todo: si esto es cierto, tenemos que pensar que lleva años planeando este asesinato.
—De todos modos, y dada la gravedad de este caso, los compañeros de Vigo han ido a su domicilio de inmediato, pero estaba ausente, o no quiso responder. Me imagino que en cuanto sea una hora más prudencial volverán y harán algunas averiguaciones por el vecindario. No creo que tarden en dar con ella.
—Sí, pero esa no es la mujer que buscamos. Así que puede ser una pista fiable, pero más bien parece un callejón sin salida.
Antón bajó la cabeza, el caso se complicaba cada vez más y las posibles pistas se habían agotado, al igual que el turno de aquella noche. Eva comenzó a redactar el informe policial, pero no dejaba de procesar en su cabeza todos los datos que habían podido ir recabando a lo largo de la noche. En cuanto acabó, pulsó imprimir, se levantó a recoger el folio que ya estaba saliendo por la impresora y se lo dio a firmar a Antón. Luego lo haría ella.
—Tal como lo veo yo —razonó mientras volvía a su asiento—, todo apunta a un ajuste de cuentas, o a un asesinato por encargo cometido por una profesional que seguramente ya ha salido de la ciudad. Todo, excepto que no conocemos a ninguna sicario que actúe sola, y mucho menos a una que deje como tarjeta de visita una pelota de golf. Además, hay otro dato quizá todavía más definitivo que nos invita a descartar esa posibilidad —dijo, volviendo a recostarse en el sillón.
Antón hizo un gesto propio de esperar la aclaración de Eva, mientras le devolvía el informe:
—He estado hablando con los padres del chico y resulta que nuestro amigo Javier Fernández Martínez era un perfecto don nadie. Cuesta trabajo imaginarse que alguien pueda estar interesado en pagar un solo euro para verlo muerto.
Los dos se levantaron y salieron juntos de la comisaría, dejando el informe encima de la mesa. Afuera, una consistente niebla cubría el cercano río Miño, intentando desafiar a los primeros rayos de luz que ya se vislumbraban en el horizonte. Pronto empezaría un nuevo día.

Contenido del informe:
—Hechos: asesinato en el baño del pub Corregidor Cuatro.
—Víctima: Javier Fernández Martínez, 25 años, estudiante.
—Procedimiento: corte en el cuello con objeto desconocido (probablemente un cúter). El cadáver fue encontrado con una pelota de golf dentro de la boca.
—Sospechosa: Identidad desconocida.
—Descripción aproximada: mujer blanca, 30 años, 1,60, 50 kilos, tez blanca, facciones suaves. Detener e interrogar.
—Relación entre ellos: desconocidos o amistad ocasional.
—Testigos: Sara Rodríguez Rodríguez (testigo ocular).
—Móvil: desconocido.
—Pistas: mensajes de texto desde un teléfono de Aurora Santiso Varela, 61 años, vecina de Vigo. Pendiente de localizar e interrogar por la comisaría de Vigo (pasarán informe).
—Acciones inmediatas: comprobar entorno de la víctima.
—Pendiente informe de autopsia.



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lunes, 10 de junio de 2013

Muerte sin resurrección (1os capítulos): Cap. SEIS


LUNES SANTO
Capítulo Seis


A las diez de la noche, mientras atravesaba a pie el emblemático Puente Nuevo sobre el río Miño, Javi se sentía seguro de haber completado los deberes básicos que todo caballero debe realizar antes de enfrentarse a una cita. Se había duchado de nuevo, se había cambiado de ropa varias veces delante del pequeño espejo que presidía su cuarto de baño y hasta se había afeitado. La primera vez en las últimas dos semanas. Incluso,  haciendo un exceso, había rebuscado dentro de su anciano bolso de viaje hasta recuperar del fondo un pequeño frasco de colonia, regalo de su madre hacía poco más de un mes, en su último cumpleaños. Sin duda, una ocasión como esta se merecía el honor de estrenarlo, había pensado.
Pocos minutos después, ya había llegado a Curros Enríquez, lo que significaba que en cuanto cruzase la calle Sáenz Díez habría llegado a la cafetería. Miró un momento el reloj para asegurarse de que llegaba algo tarde. Un detalle premeditado, pues pensó que así no tendría tiempo para valorar la posibilidad de volverse a casa mientras esperaba la llegada de su acompañante.
Sin embargo, al subir el pequeño escalón de la entrada, no pudo evitar sentir un fuerte cosquilleo en el estómago, pero era demasiado tarde para volverse atrás. Abrió la puerta, entró discretamente y se dirigió a la barra mientras echaba una rápida ojeada a todas las mesas, sin parar la mirada en ninguna. Como por casualidad, pero suficiente para conseguir un listado de todos los clientes: en la primera mesa, una acaramelada pareja, un grupo de cinco amigos en la tercera, y una chica morena en la sexta. Las demás, vacías. En la barra solo vio a otra chica morena sentada sobre un taburete y a un hombre de unos cincuenta años de pie leyendo el periódico, a unos dos metros de la chica. Recordó la descripción de Toño y examinó ya sin disimulo a la chica de la barra. Demasiado pecho.
Salvo el camarero, que esperaba frente a Javi, nadie parecía haberse dado cuenta de su llegada, pero dedujo que, por fuerza, su misteriosa amiga tenía que ser la chica sentada en la mesa del fondo. No había otra opción.
—¿Qué va a tomar? —dijo el camarero, ante la aparente pasividad de su cliente.
Buena pregunta, pensó Javi. Decidió volverse ligeramente para espiar qué estaba tomando su futura acompañante: en apariencia, Coca-Cola. ¿Sola o combinada? Javi se tomó un momento para valorar la situación y luego se giró de nuevo hacia el camarero:
—Coca-Cola con ron. Me siento allí —señalando al fondo—, en la mesa en donde está la chica morena.
—¿Algún ron en especial?
—No, cualquiera —contestó, encaminándose ya hacia la quinta mesa.
No llevaba ni medio recorrido andado cuando la chica levantó los ojos y fijó su mirada en él, al tiempo que se dibujaba una amplia sonrisa en su cara, a modo de bienvenida. Por su parte, Javi había estado toda la tarde ensayando cómo presentarse en ese momento. Alguna de las muchas y por lo general ridículas frases que un hombre puede pensar como ideales para estas situaciones. Aunque, finalmente, solo acertó a decir:
—¿Quién eres?
—Hola —la sonrisa de la chica se hizo ahora aún más evidente—. Ya te lo he dicho, una vieja amiga.
—Pero yo no me acuerdo de ti, ¿debería reconocerte?
—¿No vas a sentarte...? —preguntó ella, intentado relajar el ambiente.
Javi se sentó, mientras el camarero traía su bebida. En cuanto este se fue, la tensión que dominaba al muchacho volvió a dirigir la conversación:
—Sé que estuviste en el Factoría, y vi el ordenador en el que te sentaste —dijo sin preámbulos—. La última persona que estuvo en él había insertado un anuncio de prostitución. Y el camarero me aseguró que allí solo te habías sentado tú en toda la mañana.
La hasta ese momento perenne sonrisa se borró de la cara de la chica de repente:
—No era mío.
—Lo digo porque si esta cita es algún truco para conseguir clientes, o para atracarme, ya te advierto que ni tengo dinero, ni yo...
—No soy prostituta —lo cortó—. No lo soy, ni lo he sido nunca. Ni tampoco tengo intención de serlo en el futuro —remarcó convencida.
—Entonces, ¿por qué me buscas, por qué me has escrito?
—Ya te lo he dicho. Soy una vieja amiga.
—Pero si yo no sé quién eres, ni siquiera cómo te llamas.
Se hizo un silencio incómodo, eterno para Javi. Finalmente, la chica lo miró a los ojos. Una de esas miradas que parece desnudarte el alma:
—Emma, me llamo Emma.
—Pues lo siento, pero no me acuerdo de ti.
—Puede ser. Solo nos vimos una vez, hace ya tiempo, pero aquel día dejaste una huella imborrable en mí. Por eso te he buscado, y también por eso estoy hoy aquí.
—¿Dónde nos vimos, cuándo?
—Puede que no me reconozcas porque desde aquel día he cambiado bastante. De hecho, incluso en alguna ocasión he querido pasar por el quirófano para retocarme la cara. Ya sabes, coquetería femenina.
—Sí, ya me imagino. Pero sigo sin recordar qué aspecto tenías antes.
—El día que me conociste peor, sin lugar a dudas.
—Pues entonces has debido mejorar mucho con el tiempo.
Emma se lo tomó como un halago, porque en el fondo no podía ser otra cosa. Pero para ella, en la práctica, también era la ocasión perfecta de desviar definitivamente una conversación que en modo alguno deseaba continuar:
—Y ahora, dime: ¿vas a relajarte y enseñarme la ciudad como acordamos o vas a seguir interrogándome para averiguar algo que puedes estar seguro que te diré antes de que acabe esta noche?
Luego bajó la cabeza, junto con el tono de voz:
—Quizá no debí llamarte —apostilló haciéndose la ofendida.
—No, no. Me gustó que me escribieras. ¿De verdad, después me vas a decir de qué nos conocemos?
Emma asintió con la cabeza, al tiempo que la sonrisa de su cara adquiría un tono pícaro que ya no abandonaría. Javi también sonrió, por primera vez en toda la noche.

Casi cinco horas más tarde, Javi y Emma caminaban como dos buenos amigos a través de algunas de las estrechas calles que conforman la vetusta zona de vinos orensana. Cinco largas horas regadas de alcohol servido en locales semivacíos, de bromas forzadas y conversaciones intrascendentes. De música sugerente, en algunos momentos, y expectativas masculinas poco confesables, casi siempre. Cada estudiada sonrisa que Emma dejaba escapar producía en el chico un curioso efecto hipnótico. Y la chica sonreía mucho, de eso no había duda. Javi aún no sabía qué misteriosa razón los relacionaba, cierto, pero a estas alturas de la noche, a quién le importa eso, se preguntó en algún momento. Además, recordó que en la cafetería ella le había dicho que antes de que acabara esa noche sabría de qué se conocían y pensó que una chica como Emma nunca lo engañaría.
—¿Vamos al Corregidor? —sugirió Javi en su papel de anfitrión.
—¿Qué es eso? —preguntó Emma.
—Un pub —se rió él—. Se nota que no has estado mucho en Ourense.
—Sí, hace tiempo que no vengo por aquí.
Frente a la puerta del pequeño pub, Javi razonó que es una costumbre de buen caballero ceder el paso a una dama, y Emma entró primero. También razonó que ese podía ser un momento idóneo para acariciarle la espalda de manera discreta y, desde luego, no pensaba desaprovechar la ocasión. La chica le dejó hacer.
Una vez dentro, Emma dirigió una atenta mirada examinando el largo y oscuro local:
—¿Vamos al fondo? Aquí hay mucha gente —dijo.
En efecto, pese a ser lunes, un buen puñado de jóvenes se concentraba en la primera mitad del local, donde el camarero servía bebidas al mismo tiempo que se afanaba en pinchar a un volumen considerable las canciones de moda. A Javi le pareció buena la idea de Emma.
—Ve yendo mientras yo pido —logró hacerse oír entre la música—. ¿Qué tomas?
—Un agua —La tercera en la noche.
—No bebes mucho...
Emma sonrió de nuevo y se encaminó hacia el final del pub, mientras el chico pedía en la barra. Cuando Javi llegó con las bebidas, Emma seguía inspeccionando aquel sitio:
—¿Ahí están los baños? —le preguntó señalando dos puertas que había frente a ellos.
—Sí.
Emma se acercó y pareció dudar sobre cuál elegir. Abrió la de caballeros, echó un vistazo, reculó y, al final, entró en el de señoras. Salió a los pocos segundos, entre la extrañeza y las risas del chico:
—Solo quería comprobar una cosa —se explicó ella, rozando la oreja de Javi con sus labios mientras hablaba.
—¿El qué? ¿Cómo son los baños?
Emma no contestó. Se limitó a avanzar unos pasos hacia delante y comenzar a bailar suavemente al son de la música. Javi la observaba detenidamente desde su espalda, sin temor a que ella considerara inadecuada su lasciva mirada. Luego dejó su copa sobre el vasar que estaba a su lado y se recogió el pelo en una coleta. Cuando quiso buscar con su mirada de nuevo a la chica, esta ya se había acercado y estaba frente a él:
—Pensé que serías más lanzado.
El chico palideció. Más por la cercanía de ella que por sus propias palabras.
—Es que no me gusta forzar las cosas —intentó disculparse.
—No tienes que forzar nada, simplemente dejar que ocurran.
Javi entendió. Era imposible no hacerlo, incluso para alguien como él. La misteriosa mujer a la que hacía tan solo unos minutos le había robado una caricia en la espalda ahora le estaba abriendo las puertas de su intimidad de par en par. Pero esa era una situación que no había previsto. El chico balbuceó:
—Voy un momento al baño. Tengo ganas de...
—¿Quieres que te acompañe?
Él no supo qué responder. Se limitó a no perder detalle de lo que estaba escuchando.
—Los chicos no sabéis sacudirla al acabar, y siempre os olvidáis de la última gota, no es agradable.
Javi comprendió ahora aún más de lo que antes había comprendido. Se sentía desbordado, pero tampoco era cuestión de frenar una situación como aquella, pensó. Emma se abrazó a su cuello y le susurró al oído:
—Nadie nos ve.
Luego soltó el cuello del chico, cogió su bolso y agarrando de la mano a Javi, lo guió hasta el baño de señoras, cerrando la puerta tras de sí. Ya dentro, él se puso frente a la taza y se bajó levemente los pantalones. Al fin y al cabo, era lo que siempre hacía cuando iba al baño. Ella pegó su pequeño cuerpo contra su espalda:
—No creo que pueda así —razonó él.
—Relájate, estamos solos.
No se relajó. Quiso volverse, pero Emma lo evitó colocando también sus dos manos en la espalda del chico.
—No, no te muevas —le indicó ella, al tiempo que iba subiendo sobre el cuerpo de Javi hasta acariciar su cabeza.
Él obedeció. Inmóvil, notó como una de las manos de la chica dejaba de tocarlo, a la vez que la otra se había parado en su coleta, teniendo la sensación de que amenazaba con tirar de ella.
—¿Por qué me agarras la coleta? —protestó con el tono de un bebé disconforme.
No pudo decir más. Sintió un fuerte tirón hacia atrás, y un desgarro en su cuello. Un corte rápido, seguro, firme, de izquierda a derecha. Luego, dolor, humedad, la imposibilidad de hablar, de gritar, y finalmente la luz se transformó en tinieblas.
Cuando todo había acabado, Emma dejó caer el cuerpo despacio, hasta el suelo. Ni siquiera se molestó en subirle los pantalones. Tan solo sacó una pelota de golf de su bolso y se la incrustó cuidadosamente en la boca. Luego comprobó con mimo que ni una sola gota de la sangre de Javi le había alcanzado, ni siquiera en la suela de sus zapatos. Todo en regla, pensó. Por último, lo miró detenidamente, tomándose su tiempo, casi saboreando su obra.
—Estúpido hijo de puta —murmuró para sí.
Después, se dio la vuelta, cogió aire y abrió levemente la puerta, observando el exterior por la estrecha rendija. Pudo ver que una de las chicas que estaba en la entrada ahora esperaba turno para usar aquel baño, apoyada en la pared. Un problema, pero por lo demás, todo despejado. Volvió a cerrar y se alborotó ligeramente el pelo delante del espejo. Poco después salió con decisión, cerrando la puerta tras de sí. En cuanto estuvo fuera, la chica que esperaba hizo ademán de entrar pero Emma la agarró del brazo, cuando ya iba a abrir la puerta:
—Aún está dentro mi novio —le advirtió.
La chica dejó escapar una expresión de disconformidad. Al fin y al cabo, aquel era el baño de señoras y ella tenía prisa. En cualquier caso, esperaría.
Emma volvió al lugar que había ocupado antes en el pub. Introdujo discretamente su botella de agua en el bolso y se encaminó hacia la salida, con tranquilidad. En la entrada, los chicos seguían hablando con el camarero, apuraban sus copas y reían entre ellos. Ninguno reparó en Emma. Cuando ya estaba traspasando la puerta de entrada, un grito estremecedor se oyó a su espalda, venciendo a la música. Tanto, que no volvió a sonar en toda la noche.


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lunes, 3 de junio de 2013

Muerte sin resurrección (1os capítulos): Cap. CINCO


LUNES SANTO
Capítulo Cinco

Javi salió apuradamente del portal y avanzó hasta el Factoría con su bolso de viaje a cuestas. Toño, el camarero, lo esperaba detrás de la barra. La normal tranquilidad con la que recibió a su joven cliente contrastaba con el incipiente nerviosismo que dejaba ver el recién llegado.
—¿Cómo andamos, joven? —saludó el camarero.
La respuesta de Javi no fue más que una especie de mueca que, de haber provenido de cualquier otro cliente, bien hubiese podido confundirse con un gesto de indiferencia. Pero Toño hacía tiempo que había asumido el peculiar carácter de su cliente.
—¿Café? —insistió con la mano ya en la cafetera.
—Sí.
El camarero puso en marcha el aparato, al tiempo que Javi se acomodaba en la barra sobre un taburete, dejando caer su bolso de manera descuidada en el suelo. Mientras el café se filtraba, consultó su móvil buscando minuciosamente en la agenda todos los números de teléfono que correspondían a mujeres jóvenes. No encontró entre ellos a la candidata ideal. Tampoco tardó en deducir que, de haber tenido aquella mujer su número de teléfono, no habría llamado a su madre, sino a él. En consecuencia, tenía que tratarse a la fuerza de una telefonista cuyo único interés radicaba en venderle algún servicio nuevo. Era consciente de que había empresas que vendían sus ficheros de clientes a otras de marketing con fines comerciales y que los datos de contacto que incluían no siempre estaban actualizados, por lo que no era descabellado pensar que esa fuera la causa del equívoco. Perdió la vista un momento en la pared y luego se reafirmó:
—Sin duda, eso es lo que ha pasado —pensó para sí.
Ya más tranquilo, dejó el teléfono sobre la mesa y centró su atención en el humeante café que Toño ya le estaba colocando delante.
—¿Te vas de vacaciones?
—Sí, para casa. No lo soporto, prefiero cuando hay clase.
—Hombre, pero también tendrás ganas de ver a tus padres... —dedujo en voz alta el camarero, aun siendo consciente de que estaba aplicando a la situación una lógica que no siempre regía en la cabeza de su joven cliente.
—Sí, cinco minutos. Después, me agobian —insistió Javi—. No sabes cómo es mi madre, se cree que todavía tengo doce años.
Toño sonrió con cara de entender perfectamente la actitud con que aquella señora trataba a su hijo. De todos modos, prefirió no ahondar en el tema. Sacó de detrás de la barra una cajetilla de tabaco casi sin estrenar y, tomando dos cigarrillos, le ofreció uno a Javi.
—¿Salimos a fumar?
La ley antitabaco española impedía poder disfrutar de un cigarrillo dentro de un local cerrado. Algo que todo el mundo cumplía a rajatabla, incluso en las cafeterías. Por eso, Javi apuró el café y cogió el cigarro, mientras el camarero echaba un vistazo al local, asegurándose de que podía ausentarse durante unos minutos. Toño era un tipo moreno, de pelo corto y cara afable, que conocía mejor que nadie su oficio. A pesar de solo sobrepasar escasamente la treintena, llevaba muchos años atendiendo a diario a clientes detrás de una barra. Algunos, también como Javi. Por eso, sabía cuándo ser discreto y cuándo, por el contrario, podía tomarse alguna licencia. Y, por supuesto, distinguía entre el cliente habitual y el que pisaba por primera, y quizá última vez, su local. Incluso, aunque este fuera una mujer joven, agradable y de buen ver.
Toño salió primero del local y se apoyó tranquilamente en la pared de la entrada. Javi lo siguió, encendiendo el cigarrillo:
—Hace un rato vino una chica que preguntó por ti —dijo Toño—. Hará de esto una hora o así.
—¿Quién era?
—No sé. No la había visto antes por aquí.
Javi se volvió hasta colocarse frente a Toño, pensando que esa chica bien podría ser la misma persona que había llamado a su madre. En el fondo, no era habitual que una mujer preguntara por él, por lo que dos en pocas horas resultaba excepcional. Claro que eso lo que significaba era que el tema no estaba tan cerrado como parecía. Al menos, no tanto como él había querido creer.
—¿No te dijo cómo se llamaba o de qué me conocía? —preguntó.
—No. Pero no creo que la conozcas.
Javi hizo un gesto de no comprender lo que le estaba diciendo.
—Me preguntó por ti, nombre y dos apellidos —aclaró Toño—. Yo ya sabía que eras tú, pero le contesté que aquí entraba mucha gente con ese nombre, y que los apellidos de mis clientes no los conocía. Entonces abrió la cartera y sacó una foto tuya. Pero una de hace tiempo, eso seguro, porque tenías el pelo más corto y...
El camarero vaciló un momento.
—¿Y...?
—...y parecías algo más delgado —acabó por decir Toño, intentando evitar ser descortés.
El chico bajó la cabeza, pensativo. Después inspiró una larga calada de su cigarrillo y volvió a levantar la mirada para preguntar:
—¿Mucho más delgado?
—Bastante más delgado —Una confirmación diplomática.
Toño se quedó observándolo, temiendo que su comentario le hubiese molestado. Al fin y al cabo, Javi era un cliente. Este volvió a perder la mirada sobre la acera, aunque no era el comentario sobre su peso lo que le preocupaba:
—No sé quién puede ser. Hace casi cuatro años que no llevo el pelo corto —razonó Javi en voz alta.
—También me preguntó a qué hora solías venir y si ya te habías ido a Lugo. Le contesté que eso no lo sabía, porque en realidad no lo sabía —quiso explicarse—. Y aunque lo supiera, no se lo hubiera dicho.
—¿Hace cuánto tiempo que estuvo aquí?
—Pues, algo más de una hora —contestó Toño, después de consultar su reloj.
—O sea, que como tú no se lo dijiste, decidió llamar a mi madre —dedujo Javi.
—¿También ha llamado a tu madre? —preguntó extrañado el camarero.
—Me acaba de decir que llamó una mujer a casa preguntando por mí, pero no sé si es la misma persona. ¿Qué aspecto tenía esta?
—Muy guapa, y muy amable. Cuando hablaba, no molestaba. De esas personas que se hace sumamente agradable escucharlas —puntualizó.
Javi arqueó las cejas. Es posible que, hasta ese momento, nunca se imaginara que esa fuese una característica que pudiera definir a un ser humano. Para él, de siempre, hablar era solo eso, hablar. Y si a alguien a quien le hablabas quería escucharte, pues ya no molestabas.
Toño siguió con su relato:
—Y también era muy guapa —repitió—. Pero no de las que hacen que te des la vuelta en la acera para mirarlas, no. Sino de las que te sientas enfrente de ella, la miras, y dices: «Pero qué chica más guapa».
—¿Y era rubia, morena…?
—Morena —contestó con avidez, alzando un poco la voz—. Pelo liso, caído hasta los hombros, jersey de lana, pantalón vaquero, y como tú de alta, más o menos. Curvas nada exageradas, pero bonitas. Y botas planas, sin tacón —La capacidad de observación de un camarero es algo que nunca se debe infravalorar—. También apostaría que era un poco más mayor que tú, pero no mucho, probablemente de mi edad.
—¿Y dices que preguntó por mí? —comentó Javi extrañado, como si no llegara a entender que una chica así pudiese tener algún interés en él.
—Sí.
Toño sintió deseos de decirle que él tampoco entendía que aquella mujer con la que había estado hablando lo pudiese estar buscando. Aunque en el último instante pensó que tal vez aquel chico de aspecto descuidado y mentalidad infantil algún día había sido un adolescente interesante. Al fin y al cabo, en la foto no solo se le veía más delgado, sino también mucho más arreglado.
Los dos hombres apagaron los cigarrillos a la vez y entraron de nuevo en la cafetería. Javi aún no había acabado de sentarse cuando sonó un aviso de mensaje recibido en su móvil. No conocía el número. Lo abrió: «Hola guapo. ¿Vas a irte a Lugo estando yo en la ciudad?».
—Me acaba de mandar un mensaje —le dijo a Toño entre eufórico y sorprendido, con una tremenda ingenuidad.
—¿Ya sabes quién es?
Javi negó con la cabeza mientras escribía: «¿Quién eres?». La respuesta fue inmediata: «Una vieja amiga». Él insistió: «Pero, ¿quién?». Ella respondió de nuevo: «Estuve en el Factoría, pero no te vi. Acabo de llegar a la ciudad, ¿te apetece que tomemos un café esta noche? Además, así podrás saber quién soy».
El chico le enseñó el último mensaje a Toño con tal cara de asombro que, viendo la ilusión que desprendía el chico, decidió aportarle más detalles:
—Llegó sola y pidió una Coca-Cola. No tardó más de diez minutos en tomarla y luego me preguntó por ti mientras pagaba. Antes de irse, todavía estuvo un rato en los ordenadores, en el de la esquina —explicó Toño, al tiempo que señalaba uno de los ordenadores públicos con que contaba su local—. Si sabes consultar las últimas webs visitadas, quizá pueda servirte de ayuda.
Los conocimientos informáticos de Javi sí llegaban hasta ese nivel. Tomó aire y puso un billete de cinco euros sobre la barra:
—Cóbrame el café y dame cambio.
Cogió la vuelta y se dirigió hacia el ordenador de la esquina. Luego dejó caer una de las monedas en el cajetín y rápidamente buscó las últimas páginas web visitadas. En cuanto las tuvo delante de sus ojos, vio que todas las direcciones electrónicas que aparecían correspondían a páginas de anuncios por palabras. Pensó que aquello sí podía ser una buena pista, pero quiso asegurarse:
—¿Quién se ha puesto aquí después de ella? —gritó desde la esquina.
—Nadie.
Nada podía fallar. Javi volvió a mirar el ordenador, copió una de las direcciones y la puso en el navegador: a través de ella se podía insertar un anuncio en la sección de «Servicios eróticos/profesionales». Comprobó el teléfono de contacto: coincidía con el que le había enviado el mensaje. Luego el texto: «Sumisa española, pequeña, joven y muy guapa. Absolutamente todos los servicios y perversiones que desees. Solo esta semana».
Javi frunció el ceño y se quedó pensativo. ¿Eso significaba que lo estaba buscando una prostituta? Ahora sí que no entendía nada. Por qué lo iba a buscar una prostituta si él nunca había estado con una, se preguntó. ¿Sus amigos, de los que hoy casualmente no estaba ninguno allí, le habían contratado una sin que Toño se enterara? Porque algo sí tenía claro: Toño no sabía nada, pues de haberlo sabido, no le habría dicho lo del ordenador. Eso seguro.
Cogió su bolso, se despidió y se dirigió a la puerta. Mientras salía, marcó un número de teléfono en su móvil.
—Mamá, que no me marcho hasta el miércoles. Me quedo aquí a estudiar estos dos días, ¿vale?
Después escribió un mensaje: «¿A las diez en el Borea?». Estaba decidido a saber el final de aquella historia, quién era y qué le deparaba aquella misteriosa mujer. Más decidido de lo que nunca había estado con una chica.
Respuesta recibida: «Allí estaré. Un beso».



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